martes, 7 de octubre de 2014

A.D.A.



Ada es una persona chiquita, física y teatralmente. Eso puede deberse al hecho de que contiene cosas en su interior, que si las escupiese podrían hacerla crecer.
Ada es una mujer que tiene pelo espeso, negro, agolpado de rulos que alguna vez, dicen, fue una cascada lacia hasta la comisura de sus nalgas quinceañeras.
Ada tiene ojos. Dos. Son de un color verde hoja de palta, pero con un brillo celeste que no se distingue a simple vista, con algunas manchas de madera, y aureolas doradas tirando a amarillo que le permiten decir que tiene una mirada hermosa. Sin embargo,  los ojos de Ada son tristes si uno se fija detalladamente en uno de los lados de la pupila, cuando ella se relaja y deja mirarse, cuando se hace transparente en algún descuido.
Ada tiene nariz prominente, piel de diabético, como me gusta decirle cariñosamente por su calor, su tonalidad rosa, su textura y su aroma, y un vaporcito imperceptible que emana al tenerla cerca. Pero en realidad no sé cómo es la piel de diabético; sólo lo digo porque de niño decidí decirle así a la piel de Ada, y quedó asentado.
Ada es terca y comprensiva, simpática y testaruda, es confiable y no tanto, es sensible, muy sensible, hermosamente sensible. Es un poco como nosotros.
Ada es chiquita y es enorme. Hermosamente enorme.
La historia que voy a contar se desencadena en el momento en que Ada decidió liberarse, hacerse grande, confiar, y en mi caso, me permitió atar algunos cabos que pululaban en mi psiquis. 
Primera parte
Ada y yo estábamos mirando la tele de la cocina. La cocina tiene las paredes recién pintadas, pero la humedad hizo que enseguida se descascarara porque es muy puta la humedad y el gastadero de plata que eso implica, y toda la bola.
La televisión es un aparato grande, de 73,66 centímetros más o menos desde un vértice de la pantalla al opuesto, en diagonal, por dentro. La misma medida con los otros dos vértices opuestos. La televisión es gris con un marco negro sobre la pantalla y algunos orificios por donde sale el sonido.
Hay en la cocina un ventanal con vidrio esmerilado, aunque no estoy seguro de que sea esmerilado, pero lo llamo así. Es similar al caso de lo de la piel de diabético en cuanto al simbolismo.
El ventanal es amplio y unas cortinas nuevas y violetas se pueden correr en la totalidad de la amplitud del ventanal, y así cumplir el cometido de cualquier cortina violeta, que todos sabemos cuál es.
También hay otra entrada de aire y luz que es una puerta metálica pero dócil, armónica, poco ruidosa, noble como una puerta de madera. La puerta tiene dos vidrios esmerilados, es decir, del mismo tipo del de las ventanas, pero el de abajo está roto por una piña.
La mesa y las sillas estaban quietas, la televisión estaba prendida. La ventana de vidrio esmerilado estaba abierta y las cortinas violetas también. La puerta estaba abierta para que entre aire, pero ese no era el problema.
 Estábamos Ada y yo sentados en la mesa y le comenté que el reflejo de la puerta daba justo en la pantalla desde el lugar en el que yo estaba sentado. Cerramos las cortinas violetas y el reflejo seguía. Cerramos la puerta y el reflejo seguía. Pregunté de dónde venía esa luz a Ada. Me contestó sinceramente que venía del sol y me enojé demasiado porque odio las respuestas estúpidas. Ahora que estoy leyendo lo que escribo comprendo que el enojo fue más que exagerado. Me duele el pecho por una especie de culpa, angustia, o algo así.
Entonces surgió una pelea con gritos de colores, golpes de mesa y lágrimas. Mucho sentimiento la pelea, así que la calificación sería BUENA.
Segunda parte
Entonces Ada con sus ojos inflamados de sentimientos puros pero ingratos, y yo con Ada entre los brazos, como un pajarito de plumitas claras y algunas hitas de melodramatismo, nos adentramos en un terreno poco conocido por nosotros. La calma. La calma que antecede a un gran temporal es distinta a la calma que sucede a un gran temporal. Sólo eso, para que se sepa bien la diferencia. Ada y yo reflexionamos sobre la relación que tenemos, sobre metáforas clásicas que compartíamos desde hace años y prometimos cosas que no creo que se puedan cumplir, pero aunque sea intentaremos. Por ejemplo, ser más pacientes. Y hubo un punto de inflexión...
Tercera parte
Pasó un Dassault Mirage 5, que es un avión de ataque supersónico diseñado por Dassault Aviation en Francia durante la década de 1960.
Cuarta parte
La cuarta parte es la última de este texto, es decir, la clausura. Pero paradójicamente se la llamó la apertura. Dato.
 Ada dijo "no te imaginás lo que fue sentirla siete meses dentro mío, moviéndose, pateando, como te movías vos, como pateabas vos. Y el día del parto fue el día del funeral. Me la sacaron, siento que me la sacaron, hecho culpas a fuerzas oscuras.
Yo tenía una vida dentro. A las horas tenía vendas en el vientre, dolor, angustia, furia, impotencia. Aldana Rocío no fue...se la llevó Dios. Es un angelito de Dios."
Y así llegamos a la conclusión de que puede ser que yo odie a eso que ella llama Dios desde esa vez. Y que quizás la poca paciencia, y todas esas cosas, quizás... desde ese momento...quién sabe...

Quinta parte
En cuanto a todo lo que engloban estos hilos, esta relación de madre e hijo; no creo que ninguna madre ni ningún hijo se amen de la forma en que nosotros nos amamos. Y pienso que muchas personas deben pensar lo mismo de ellas y sus madres o hijos.

Exaltaciones

En fin. Era decirte cuánto amor te tengo mas allá de toda debilidad sexual que pueda sentir por vos, una impecable y destructiva tensión libidinosa que se traduce en tu piel. Porque tenés una piel suave y diurna. Blanda, cómoda como un rayito de sol entre las hojas. Por si no lo sabías. Pero es tarde, y es pronto. Quería decirte que te quiero. Que me fume un cigarrillo de marihuana y dos de tabaco. Que me fui a bañar y mientras el agua se deslizaba femeninamente en mi cuerpo, yo te pensaba. Como en toda la mañana, y los días anteriores, y la noche, y cuando me sonreís de frente con la mirada, como cuando leí ese capítulo 47 de rayuela al azar de dedo, y cuando me fumé los 3 cigarros. Es lamentable el entorno en el cual escribo esto, tan estúpidamente prohibido y culposo. Moralmente, digo. Simplemente eso, redundar en que te quiero y que es tarde, o es pronto.