jueves, 29 de mayo de 2014

patria

Una escarapela tirada en el piso del 68. Pisoteada, celeste, blanca, y un poco marrón y negra. Un señor de gris hace una pirueta retorcida para agarrarla, estirándose, luchando con sus proporciones y procurando no salir de su asiento individual.
Cuando la agarra la pone en la palma y cierra sus dedos que son tan anchos como los dedos gordos de mis pies. La aprieta en su mano y besa el puño. Lleva el puño al pecho y guarda la escarapela en su bolsillo.
Capaz que si no fuera 25 de Mayo no hubiera escrito esto que acabo de ver, y nada hubiera pasado.
Pura simbología.

martes, 20 de mayo de 2014

El martirio de usar paraguas

Charlábamos una tarde con Astor, espresso con grappa de por medio, sobre las diferentes dificultades que acarrea un paraguas, sobre las características de los portadores y las diferentes alternativas que pueden evitar su uso, entre otras cosas.
Primero señalar que uparaguas es un objeto para protegerse de la lluvia. Está formado por una superficie cóncava desplegable, normalmente de tela impermeable o plástico, sujeta a una estructura de varillas dispuestas alrededor de un eje central rematado en uno de sus extremos por una contera que le sirve de apoyo, y por el otro lado terminado en un mango o puño, adecuado para llevarlo con una mano. El ingenio compuesto por rayos y varillas permite cerrarlo cuando no llueve y/o guardarlo en un lugar protegido. Un paraguas clásico cerrado puede servir de bastón; no así, por su corto tamaño, la versión "de bolsillo", que tiene varillas que se pliegan por dos o más sitios, más cómodo para guardarlo cuando no llueve. No confundirlo con sombrillas ni parasoles que son otros inventos tan ingratos e innobles como éste.
Convenimos con Astor que los días de lluvia son hermosos. Nada mejor que dejarse atrapar por las gotas e internarse en la ciudad por caminos inconclusos y desconocidos.

Ahora bien; ir al trabajo (rasgo social casi ineludible) y llegar a la oficina con los pies mojados y la ropa empapada no es nada agradable para los androides que somos. 
Se podría bien tener ciertas precauciones como llevar un bolso con ropa de recambio, o llevar botas y pilotines. Salta el bando conservador con sus sones y corifeos: ''Pero qué ridiculez. Mejor a quejarse. '' Y peor aún, ''llevemos el paraguas.''
Bien, si. El paraguas para el agua (la deteiene), pero tampoco es un elemento eficazmente perfecto, hay que desmitificar al bobo y, ahí es donde entran en juego las contras; una lluvia lateral moja al usuario por mas que lleve el paraguas, y ésta es la menos rebuscada de las desventajas y, por ende, única apreciación que haremos.
Ahora una temática primordial; el usuario o portador de paraguas. 
Concluimos, sin ninguna fundamentación, que casi siempre son personas grises, temerosas, inseguras, estructuradas, conservadoras y todos los defectos que se nos dé la gana, porque sinceramente los odiamos.
El usuario suele ser torpe en los movimientos, y ayudado por el bobo, disminuye su visión, lo que lo hace aislarse más aún en su individualidad y proferir golpes, puntazos y otras agresiones a los amantes de la lluvia cruda.
Existe también el usuario no caritativo que reposa bajo un techo y no deja pasar al que viene desprotegido, o los que vienen caminando frente a uno y no salen debajo del refugio ni con el bobo puesto.
Los usuarios mojadores, que tambalean el bobo a los lados y desperdigan la reserva de agua que reposa en la superficie cóncava desplegable sobre los amantes de la lluvia y odiadores de paraguas.
Créannos que parecieran calcular la manera exacta de ejecutar su cometido y que tuvieran el olfato suficiente para rastrear a los que odiamos los paraguas.

Ciertos usuarios suben al transporte público con su bobo cerrado y colgando, chorreando agua muerta (la que toca el paraguas, porque el agua tampoco quiere caer sobre ellos) que salpica y humedece los pies, bolsos, y otros objetos que las personas comunes llevamos con total desinterés y sin ganas de que sean mojados.
Así la ciudad en los días de lluvia se llena de grandes hongos florecientes que tienen hombres por pedúnculos, y eso no es nada hermoso (esto va para el señor que observó eso desde el balcón de su casa en París y se dispuso a exponerlo como poético desde la comodidad del no ser parte).
Astor y yo pensamos seriamente en crear el club de los antiparaguas o alguna estupidez parecida que nunca llevaremos a cabo, y esperaremos que Dios se apiade de aquellos usuarios que nada saben de lluvia.

CAMINO A LA MUERTE SABIDA

El anuncio clasificado dejaba mucho lugar a dudas y especulaciones. El precio de alquiler del inmueble exorbitantemente bajo.
Sacamos conclusiones varias. De una posible trampa a ilusos lectores de avisos hasta una pesca de inocentes personas para un sacrificio de ritual.
Pero era tan necesario unlugardondecaermuerto, y justamente eso pensaba Astor al bajar en la estación Carranza. Ahí empezaba el camino consciente a su indefectible muerte.
La lluvia caía copiosamente por Ravignani y sacó su posible último cigarro. Buen cuerpo, robusto, amable al paladar y textura vigorosa y algodonada, con notas húmedas cedidas por las gotas que incrementaban su caída descendente.
 Elaboró varias hipótesis sobre su muerte; dio por posible la teoría del balazo infame, en la que promulgaba morir por tal causa. Pero también barajó las novedosas posibilidades de ser molido a palos mortalmente por una banda mafiosa del Paraguay o provincias aledañas (la persona con la q se había contactado por teléfono para confirmar la cita tenía acento litoraleño). Otra forma podría ser de un certero cuchillazo en el vientre, mucha sangre, espasmo, muerte. Y la tercera versaba de un rapto en el que ya tenía pensado de antemano decir que no tenía familia viva, y que cobraba unos sueldos de hambre.
A esa altura de su mecanismo cerebral, y de Ravignani, la lluvia se había vuelto una capa uniforme de masa grisácea que bailoteaba zigzagueante por el viento y sonaba constante en una fritura fría sobre los adoquines de la calle y el pavimento.
La calle El Salvador no llegaba; ya había pasado medio Centroamérica porteña y algunas que se metían de prepo, como Soler y un hermoso pasaje Voltaire que le recordó a ese París que nunca recorrió.
La zona hermosa, lo que daba a pensar que algo raro le esperaba en destino. Un sucucho quizás, o un depósito reciclado, o tal vez algo peor.
La suma de dinero que pedían era irrisoria; con lo que alcanza hoy para comprar dos pares de zapatillas Adidas y algunos Guaymallén en Plaza Once de Setiembre (¡¡¡p!!!).
El Salvador brillaba en el gris nebuloso del fondo, y dejaba ver una numeración borrosa pero exacta. Sacó el papelito celeste algo húmedo de su bolsillo mojado y jugó a abrirlo sin romperlo. El número escrito con un asqueroso grafito HB decía ‘5824’.
 Dos para la izquierda, y ya. La calle se decoraba de restoranes caros y caserones hermosos; pleno Palermo Hollywood, qué lujo, qué nivel. Ya desde la esquina vislumbró en la vereda contraria, la de los números pares, unos galpones algo turbios, como decían en la jerga diaria sus amigos del querido Oeste.
La numeración no coincidía; cruzó a la acera correcta y advirtió una casona antigua pero fea, blanca pero no inmaculada y mucho menos cenicienta, rotosa, y una puertita ratona de madera dañada; '5836'. No era ahí. A su lado una puerta de chapa mantenida abierta por un adoquín y un pasillo de conventillo sin el encanto que eso acarrea. Una madriguera de baldosones flojos y luces diurnas y maltrechas como las paredes. Era ahí.
El número marcado como con un fibrón en un trozo de material indescifrable. Tocó el timbre del departamento ‘6’, el que le habían dicho que estaba en alquiler. No se puede pasar por alto el portero automático. La marca ''porterito'', lo que le daba algo de aniñado y algo de berreta a la vez, y los botones, si así se les puede llamar, desordenadamente desperdigados por todo el metal barato q lo conformaba, escrito en tinta roja y pegados con papelitos blancos de letras azules. El orden, de derecha a izquierda, y de arriba hacia abajo; 1-2- 3-5 4-8 7-6. Eso por supuesto le agradó; tan fuera de orden...Tan Astor.
El timbre sonó en el mismo portero y en todo el recinto, y del departamento que debería ser el 3 por orden lógico, o el 6 por orden inverso, o el 5, o el 4, salió una mujer con tres críos colgando. Uno mascándole una teta y los otros dos pidiéndole pan, uno de cada pierna. Pateó una palangana rosa y se metió fastidiosa a su departamento.
Astor espero casi diez minutos hasta que llegó otro citado a ver el departamento. Tendría compañero de rapto, pensó Astor al ver al joven lungo. ¿Estás para el departamento?/si/¿El 6?/si. Y se quedaron esperando en la puerta abierta sostenida por el adoquín.
A eso de unos diez minutos más, salió del departamento de al lado del de la mujer zarigüeya, un viejo redondo y blanco, de camisa leñadora y un morral negro donde seguramente llevaba un peine negro con el que acomodaba tan prolijamente las lanas canosas que remendaban su calvicie brillante. Los hizo pasar al departamento; un tragaluz tapado con plástico dejaba caer unas gotas en el pasillo. El Don ya se iba y apuraba el trámite. Ya la sensación de peligro cesaba y lo risueño afloraba por todo el entorno, lo lúdico de la figura que tranquilamente podría esconder un peligro atroz, pero que en el fondo Astor sabía que era imposible que esa atmósfera acarreara su muerte, que no era el día.
Era un cuartucho hecho a ojo borracho, ideal guarida de matarife de cuarta o rufián de época dorada. Una mesada de madera aglomerada, cables pelados y manchas de humedad. Miró al otro visitante que se perdió en un placard que abría irregular y ruidosamente. Le dio la mano al señor redondo y saludó al muchacho; demasiado chico para mi/si demasiado. Encendió otro cigarrillo y con una sonrisa cómplice con la estupidez, se dirigió con los pies empapados saltando conejamente los charcos de un Palermo gris y blando.

viernes, 16 de mayo de 2014

adeus

Despues de escupir tanto era imposible de que saliera seco. En esos días venía trabajando un insomnio algebraico que lo tenía a mal traer. La simbología es imposible transgredirla; un tenedor de plástico roto y los únicos dos dientes que quedan, separarlos y tirarlos uno para cada lado, bien lejos. Si tuviera que escribir un telegrama se haría imposible. Sería una represión de letras increíble. Era tan justo y necesario, como en algún pasaje dirá la Biblia.
Era imperiosamente necesario mirarnos a los ojos y decirnos lo que sentimos, aunque sean cosas tan distintas, casi opuestas. Enfrentar los miedos, evadir las culpas estúpidas que nada tenían que hacer ahí. Porque todo estaba bien asi; sólo faltaba el broche.
Esa impronta de hoja húmeda marcada en el pavimento de Rivera, esas marcas asquerosas de sangre en mis ingles, por tanto rascarme.
Fue tan liberador encontrar esa locura, esa incomunicación traducida en palabras tan claras y tranquilizadoras. Quizás no haya dado todo de mi, lo acepto. Fue una balanza desequilibrada. A veces un libriano necesita de ese libriano para salir del abismo. Y mucha agua. Y quizás unos fueguitos.

martes, 13 de mayo de 2014

Gemelos

Era una sensación de frío y amarillo lo que persistía constante en el ambiente. Algún pespunte de cobre y fondo de alambrados de algún sueño anterior.
Llegaba convencidamente descalzo al foro, donde la luna parecía esconderse entre el volcán y una nube púrpura. Prácticamente era obvio que tenía que entrar en la catacumba; cuestión de sentido común y minutos apurados.
Un poco agachado y con la luz ambar que achinaba sus ojos, cambió la mano con la que palpaba la semioscuridad inmediata de los metros de adelante. El olor a tierra persistía junto a la humedad y unos goteos...plic-plic-plic, etc.
En un momento de trayecto donde aquejó la  penumbra, le pareció luchar con unas malezas un poco cortantes, pero, imposible, si estabaenlacatacumba, y unamaleza, quélocurapensareso.
Minutos después sentía que estaba llegando al lugar al que tenía que llegar, pero que desconocía rotundamente. Esas cosas de los sueños y la vida; uno nunca sabe, pero tiene ciertas certezas de cajón, o corazonadas dulces como la florcita de azúcar que robás de la torta de comunión de tu prima.
Lo que más le molestaba de la oscuridad era la desaparición inminente de su sombra, cosa que lo hacía sentirse solo, y un poco vacío. Y mirá que la soledad era lo que pensaba que buscaba, pero bueno, no era el momento del análisis psicológico del tipo.
En los momentos que la luz ambar volvía, él sonreía. Y le parecía tan ridículo sonreír a la nada.
Pero la sombra lo acompañaba y entonces se creía completo, o un cuarto completo, o alguna fracción compleja que lo hacía creerse menos vacío. Pero no era el momento del análisis matemático del alma del tipo, y juro que dejaré de usar el recurso de la repetición, que ya me tiene hasta acá.
Recuerdo aquel profesor de gramática que nos enseñó el recurso de la repetición en la métrica poética, y la fascinación que se engendraba en mi por el recurso de la repetición. Gran recurso el recurso de la repetición. Insisto que me fascinaba, no se por qué.
Era una sensación de frío y amarillo lo que persistía constante en el ambiente, y por fin, después de un serpenteante sendero a hurtadillas y cuclillas, todo se volvía nítido al sentido visual.
El templo era imponente; seguramente se harían ritos espiritistas bastante sangrientos, por las manchas en las paredes que estimo que eran blancas, pero que estaban empapadas de la luz ambar ya mencionada, y salpicada de manchas ocre rojizas, que por deducción experimental eran sangre.
Sintió una cosquilla extraña en el vientre, o quizás una electricidad.
El altar era imponentemente luminoso, y ella estaba tan quieta como una estatua de Pompei, petrificada ante la llegada del extraño.
No se cuán extraños eran, ellos tampoco lo sabían. Sabían que se conocían, y lo sentían por una incómoda caricia en el pecho que los tentaba a acercarse y explotar en una fusión de pesos y otros condimentos metafísicos.
Quizás eran parte de lo mismo; una esencia que. El ying y el yang. Serbia y Montenegro. Mitades del mismo fruto. Mitosis.
Él caminó con frío por el sendero que se proyectaba como una extensión de la catacumba hasta el altar. Se acomodaba la túnica que se le metía entre las piernas como la cola de un perro asustado.  La miraba fijo a unos ojos inexistentes de un cuerpo inerte que parecía vivo y muerto a la vez.
Ella estaba con su cuerpo rígido y pacífico, con su cabello rubio que le tapaba las orejas, y un vestido blanco (blanco amarillento, por supuesto) que le dejaba ver los hombros que ella tanto quería.
Ella estaba viva; en paz pero no sedentaria. Con una desambiguación sideral, temas de viajar a otras galaxias y sumergirse en nebulosas negras y oscuras; vencer los miedos y cortarse los dedos con algún alambrado del sueño de él, o de la realidad de alguien mas. Encontrar besos extraños en bocas sanadoras y sangre infectada que desaparece con el agua que deja fluir, que limpia, que hace flotar. Que hace flotar.
Cuando él llega frente a ella, pueden mirarse, encontrarse como quien encuentra su cuerpo en un espejo clarividente, una proyección exhausta de nimidades, de características compartidas y de las hermosas casualidades. Se ataron los ojos bajo un velo de piedad mutua, de perdón con llantos internos.
Se miraron y se entendieron perfectamente.
Ella le dió el papiro. Él la miró. Ella lo miró. Nunca hablaron. Siempre supieron lo que se decían.
Con un miedo aún mas grande que antes, y con el papiro en sus manos, él salió del templo con la consigna segura y el dato que necesitaba. La catacumba estaba tétrica. Era una sensación de frío y amarillo lo que persistía constante en el ambiente.

miércoles, 7 de mayo de 2014

TRES CRÍTICAS

CRÍTICA DE ASTOR
OBRA: PARA LLEGAR (VERA SCHMIT)

Un recorrido fluído y poderoso a través de pasajes viscosos, de una ternura etérea, ambivalente, cambiante desde el amor fresco al odio tembloroso.
Escenas de rechazos, de negaciones, de miedos tartamudos, de dudas algodonadas y prestas a estallar en un alarido que nunca se da hasta el momento que.
Letras de una alta moral fantástica que no deja de sobrevolar lo cotidiano y terrenal salvo momentos hermosos donde todo se construye desde la poética inventiva e imaginación de la autora.
Un pequeño libro merecedor de minutos dedicados, de atención, de dejarse atrapar, de tomarle la mano a Vera y que nos lleve a sus sentimientos, a sus sábanas, a sus asfixias, sus sonrisas burbujeantes y las ganas de crecer.
Recomiendo quedarse entre alguna erre y la pancita de alguna e, divisar, explorar esos guiños, esos juegos de palabras que nos sonríe la autora, exponernos a su juego; analizar y dejarse analizar por las palabras.
Un libro sensorial y esbozado desde un esfuerzo de querer ser y mostrarse, con algo de resquemor, se nota, pero con una fuerza magnífica. Una conciliación.
Para llegar a ser. Para llegar a eso. Para llegar.

CRÍTICA DE KLAUS
OBRA: PARA LLEGAR (VERA SCHMIT)

Para ser precisos con el órden, empezaré por la primera impresión; una falta de respeto al lector.
El tamaño del libro es totalmente absurdo y denota ya un desinterés total del autor de hacer amena la lectura, coincidiendo esta falencia también, con la tipografía elegida, totalmente inadecuada.
La tirada es otro punto que no debe dejarse de advertir; menos de cien ejemplares, lo que en el mundo de la escritura eso no lleva mas que al anonimato, a ese proyecto de desconocimiento, de escritor tácito, de pensamiento under, de figuración extrínseca.
En cuanto al contenido puedo decir que el autor intenta delinear una recta netamente sentimentalista, oscilando momentos buenos a mediocres, jugando con nombres de doble sentido (recurso totalmente trillado) y otros recursos menores.
Un libro simpático pero predecible; una persona sensible mas, un alma en pena que a las personas como yo, no nos interesa leer.

CRÍTICA DE VICTOR
OBRA: PARA LLEGAR (VERA SCHMIT)

Todo libro empieza con un gesto, a diferencia de lo que estamos acostumbrados; no empieza por una tapa, un envoltorio o un trueque de billetes.
El libro llegó a mis manos desde unas manos blancas y tímidas sostenidas por dos tubos de piel finitos que temblequaban un poco por la vergúenza, y otro poco por la determinación de querer ser leído.
Una encuadernación deliciosamente artesanal, lo que le quita eso de 'serie' y de 'seria' a la publicación; dos puntos inmejorables en este sentido.
La tapa es tan blanda como las hojas, lo que nos demuestra desde el principio la apertura de Vera, su trasparencia y el sentido de lo que vamos a empezar a disfrutar.
La primer palabra es 'llorar'. Mucho más no queda para decir. Qué sentimiento más noble como el de llorar o sonreír. Nos sumergiremos en el alma plena de la autora. Sus verdades, sus sentimientos mas filosos y afelpados a la vez.
A lo largo de las suaves páginas se caricaturizan situaciones de un peso denso, comprometidas al sentimiento puro, al replanteo de la sociedad, a las múltiples lecturas de esas cosas que nos pasan por la ventanilla del colectivo y que dejamos olvidadas como parte del paisaje sin darnos cuenta que la vida y el universo están ahí.
Vera nos somete a una identificación primitiva y totalmente confortable. Nos pasea por la cotidaneidad de los espacios mentales, la evocación al arte desde el arte y una caricia despues de cada golpe bajo.
La última palabra del libro es 'escritura'. Mucho más no queda para decir. 'Para llegar' es una síntesis, en todo lo bueno que la palabra encierra, de las facetas, de las delgadísimas líneas curvas de creatividad que bailan dentro de Vera. Es un ojo al interior. Un pequeño interior muchísimo mas grande que lo de afuera.