jueves, 11 de julio de 2013

Burzaco

Para mi Burzaco eran calles de tierra y perros reos y sucios. Un par de charcos y bolsas de tela de señoras cuadrillé y pucho. Eran dos o tres casas y no muchas más de fondo. Eran la abuela y la tía abuela con las cartas de chinchón y Terma, rezando antes de que me duerma en el cuartito sepia, con una bombita chueca que colgaba del techo de la pared, que tenía una ele mayúscula de humedad. Había un tipo, Cacho, que no se bien si era un peón, o un marido, o un abuelo. La pileta de Teresa con los cositos verdes flotando, y un perro que se dormía moribundo como un rino sin marfil, en el pedal de la Singer donde cocía la Mija, la menor. Era todo tierra sucia, porque a cada rato al baño para lavarse las manos por el cólera, y todos los microbios que andaban en la cabeza de Tadeo, y su papá que lo tironeaba de la oreja en cada mala palabra. El Michi que le comía la comida al conejo. Antes se había comido a la coneja. Todo eran pilarcitos de cemento que formaban las grandes ruinas, que formaban aventuras, que formaban un reto de la tía abuela, porque si corría mucho me agarraba la alergia a la transpiración. Compraban una gaseosa de botella verde, de vidrio, con gusto a jugo de lima, pero con gas. Pero eso era Burzaco. Ahora es un puntito en un mapa, nomás.

imágenes

Las cosas no son tan así, Mario. Tenés que desapegarte de esa puta imagen. Si, no es más que eso, una imagen de farolitos turbios y taconazos en falso. No te entregás, Mario, no sé qué te pasa. Ni al mínimo filtreo de la gatita de la bicicleta. Porque sabés que si hubiera dicho que si, hubieras inventado el mejor de los pretextos. Sos hábil con eso, Mario. Qué pasa? Qué viejo ni viejo! Sabés lo que falta? Dejá de esperar oportunidades de espectros pasados y abrite. O no me dirás que también seguís hurgando en la memoria y marcando los días en la agenda para un tentempié de esquina de Barcelona, o ese sueño que de parisino tenía menos que Capital Federal. Imágenes, Mario. Vivís de imágenes. Ahí te ves, caminando solo otra vez entre la lluvia babosa del barrio. Y el olor a humedad que son tus frustraciones, tus anhelos vanos. Ahora andá y aceptá la invitación. Llevala al cine, o a comer, si sabés que tenés ganas. Fumate la noche entera, dibujale que vos sabés. Tenés de todo allá fuera, intentá. Te lo digo porque soy como tu ángel de los consejos, siempre me lo decís. Pero con esos aires qué esperás. Si, esperás. Seguís esperando.

viernes, 5 de julio de 2013

Bruno



Bruno se sentía cada vez mas perdido entre caseríos que jamás había visto en su vida. Se agazapaba a cada paso al piso. Sus extremidades le pesaban. Tenía la espalda embarrada así como también su pelo castaño chocolate. La gente lo miraba en su paso ligero y desesperado. Su mirada triste y algo lagañosa, no entendía lo que pasaba.
Unos muchachos lo asustaron en una de las esquinas intentando pegarle, pero corrió con todas sus fuerzas evadiendo a los vándalos, aunque una moto casi lo arrolla en pleno escape.
Los nervios le ganaban, la saliva se le espesaba  y sentía un frío extraño como de soledad de niño, como de pérdida.
Pasaron tres horas desde que decidió que estaba perdido pero a cada paso esperaba una y otra vez volver a encontrar algo familiar, que le diga que estaba cerca de casa.
Cerca del anochecer empezó a extrañar a los nenes. Lloró un rato en un rincón de un baldío y huyó de unas luces. Buscaba oscuridad para refugiarse.
La gente en todo el día había actuado indiferente, repulsiva, despectiva.
Bruno empezó a sentir hambre atrozmente, sufría. Un tipo que lo vio divagando por la azul noche de la negra calle lo invitó a pasar a su cuchitril. Le ofreció unos cuantos víveres que en boca de Bruno sabían cómo manjares pero no eran más que sobras.
Bruno agradecido aceptó con confianza la invitación del dueño del lugar para quedarse a dormir.
La mañana llegó y el buen hombre le ofreció hospedaje nuevamente, pero Bruno se negó y con señales de afecto le hizo saber al tipo lo buena que fue la comida y cuanto había ayudado ese catre viejo.
Corrió alarmado pero con una energía de esas que brindan los pensamientos positivos. Le dolía una de las piernas que se había lastimado en el baldío la noche pasada.
Cuando quiso subir a un colectivo lo rechazaron; sin dinero nadie sube, y aparte sus trazas no ayudaban en nada.
De repente cuando descansaba bajo un liquidámbar vislumbró la cara conocida del sodero del Barrio. Trotó a su encuentro y se fundieron en un abrazo como de cuentos. El sodero lo invitó a subir a la camioneta verde agua y se dirigieron a la casa de Bruno.
Cuando llegaron a destino los nenes fueron los primeros en recibir a Bruno. Analía le resongó la escapada pero lo abrazó con fuerza de amor.
Los nenes y Victorita, la vecinita, bañaron a Bruno con las mangueras tricolores del fondo de lo de Don Braulio. Bruno nunca se portaba tan bien en sus baños. Bruno se sentía feliz de estar en casa.

lunes, 1 de julio de 2013

Escena del beso



Al principio me costaba verla besándose con otro tipo, pero bueno, era su trabajo; en la actuación te puede tocar representar cualquier situación, y un beso no es la excepción.
Al principio me gustaba ir a verla actuar. Siempre que podía hacía un huequito en mi agenda. Ella reconoce el esfuerzo de sus seres queridos que la van a ver, que se alegran de que ella disfrute haciendo lo que ama. Y yo, por supuesto, amaba verla disfrutando.
El disgusto que me llevaba por el beso con el actor hizo que de a poco vaya esquivando algunas funciones. Al segundo mes en cartelera ya  la iba a ver sólo los viernes.
Mi mal trago es justificado por varias razones: el actor que la besa es de cuarta; no le creí en ninguna función, en ningún instante. Era una especie de títere tartamudo que gesticulaba hasta para llorar, y eso, es desperdiciar a una delicia de actriz.
Otra cosa que me da tremenda rabia es que justo el que la besa es el único heterosexual de toda la obra ¡Y que se yo! Mil razones mas hay. Pero es lo de ella… si hasta nombre de actriz tiene; el destino parece haberle dicho: ‘’Marilyn, tenés que estar sobre las tablas, ese es tu lugar’’. Y lo hace de maravilla. Prohibirle ese beso con el idiota sería destruir un pedacito de su arte. Como si ella me dijera a mí que no le gusta que pinte mis cuadros con el color azul. Y el azul es tan fundamental como ese maldito beso.
A propósito, ya estoy terminando su cuarto retrato, pero nunca iguala al original.
Cada viernes era más penoso, y hasta la escena del beso parecía prolongarse como para desatar mi regaño. Pero nunca le dije nada, no me atreví.
La obra se extendió por dos meses más. Por el éxito taquillero. Dos meses más para que la gente pueda deslumbrarse, no sólo con la belleza de sus 154 centímetros, ni de esos ojos que devoran todo, ni de su boca perfectamente dibujada, sino también de sus dotes (actorales, claro está) arriba del escenario.
Un viernes me senté en la segunda fila. Ya no le sacaba tantas fotos; las memorias de mi cámara no daban a vasto.
Todo transcurrió totalmente normal; el deceso de Wigan, la muerte de Petrov, la pelea entre Kalenko y Dimitri, la canción de Vezna y claro, el beso de Misia Judith con Felancio.
Esta vez no me pude contener. No pude disimular mi ira y me impulsé de la butaca eyectado por el fastidio. Salí de la sala refunfuñando en total silencio. Tragando amargura esperé en el foyer con una copa de champagne en la mano. Los mozos ya me conocían.
Oí los aplausos y las ovaciones finales, y ahí me decidí a decírselo, ya era hora.
Calculando cada movimiento subí al ascensor hasta el 3er piso, camarines.
Marilyn Petit en letras doradas, claro. Ni golpeé la puerta y entré directamente. Estaba con una enagüita que le quedaba pintada.
Al principio, se sorprendió al verme. Se lo dije de golpe y muy claro: que basta de besos con ese inútil, que ella me pertenecía, que los besos más dulces y sinceros iban a ser sólo conmigo.
Gritó con todas sus fuerzas en un alarido angelicalmente afinado.
Entró un tipo robusto y me asestó una tremenda piña en el estómago continuando con patadas mientras yo yacía en el piso.
Marilyn tuvo el divino gesto de pedirle que se detenga.
El tipo era su marido, aunque bien podría haber sido su guardaespaldas, porque cada golpe fue tan atinado como fulminante.
Fue una lástima haberla conocido de esa manera tan abrupta, tan impulsiva, ciega.  Pero los fanáticos somos un poco así, ella lo sabe; en una nota con la revista Tertulias, del mes de Mayo, contaba al entrevistador de cómo la asediaban constantemente los fans.
Efectivamente, esas noche terminé en la comisaría, y pese a que la orden judicial me impide acercarme a ella por unos cuantos metros, ya no me dan tantas ganas de ir a verla.
A no ser que en su próxima obra no acepte un papel donde tenga que besar a alguien.