lunes, 27 de abril de 2015

Matloc (mitología)

Matloc, la deidad heredera del gran creador Shanoteliec, había sido dotado con los poderes de su padre, entre ellos el de crear nuevos dioses. Pero también había sido alcanzado con el don (o la maldición) de la moral o aexetire.
Hasta ese momento sólo existían el Universo espacial y todo el polvo cósmico que formaban estrellas y otros cuerpos, denominado en su conjunto Taedrex.
Algunas deidades análogas a Matloc eran Venierak, Jusilekiec, Plauteni, entre otros, que podían considerarse parientes entre ellos. Matloc era el favorito de Shantoliec y el único considerado como hijo por él mismo.
Transcurría el primer génesis de Taedrex y Matloc sentía un gran vacío en esa etapa de la historia de la creación; estaba solo. Sentía que el infinito cosmos era desierto, que no tenía sentido su existir.
Shantoliec entonces lo citó en la Urbe de Xedrón, donde residían brujos celestiales y mahalas; lo rociaron con el aceite del Eros, que tenía la propiedad (o el defecto) de hacer al individuo portador del sentimiento del amor. Y no sólo eso; Shantoliec también creó tres deidades femeninas para que  Matloc no penara por su soledad eterna; Lunne, Eteara y Sunau.(Luna, Tierra y Sol según algunos teólogos, aunque no se necesita tanto análisis para darse cuenta de eso)
Si Venierak hubiera sido agasajado con esas tres deidades, no hubiera tenido el problema de Matloc.
Matloc era racional y poseía moral.
Lunne era pequeña y peligrosamente hermosa, razón por la cual las demás deidades se disputaban poseerla, conquistarla como quien domina a una bestia, o planta una bandera en un terreno. Matloc deseaba a Lunne de una forma orgánica y pasional. Lunne amó a Matloc y Matloc amó a Lunne.
Eteara deseaba a Matloc por su porte de deidad guerrera y sus atributos poéticos. Quería engendrar con él y dominar a los demás dioses. Sabiendo de la belleza felina de Lunne y de sus intenciones eróticas, regaló a Matloc unas criaturas voladoras que ella había creado y las llamó ptiraexe (aves). Le ofrendó unas guirnaldas hechas de estrellas y unas criaturas casi inanimadas llamadas flores. Matloc se cautivó. La amó. Eteara amó a Matloc y Matloc amó a Eteara.
Sunau era la más cálida de las tres diosas. Temperamento fogoso y fuerza maternal. Encontró en Matloc su mirada. Y en su mirada su alma...y en su alma se vio reflejada su propia alma, lo cual construyó un lazo que era inquebrantable. Como un juramento eterno, tácito e involuntario.
Tuvieron un viaje astral juntos, una concatenación de libido y amor. Sunau era su alma gemela y su protectora. Sunau amó a Matloc y Matloc amó a Sunau.
Matloc amaba a las tres pero a una mas que a las otras dos, y de diferentes formas. Y decidió entregarse a Eteara por sus ofrendas y por su tamaño. Lunne era muy pequeña y Sunau era enorme.
Se celebró una boda entre Matloc y Eteara donde acudieron todas las deidades originales.
Matloc pasaba los días pensando en el amor a las otras dos deidades, y sin ánimos de lastimar a ninguna, se dio muerte en una nebulosa.
La sangre de dios de Matloc cubrió parte del infinito espacio donde su padre, Dios creador y que todo lo sabe, lloró su muerte y formó una galaxia. Por haber conocido la cobardía castigó a su hijo Matloc convirtiéndolo en el primer mortal. A Eteara la convirtió en una esfera celeste dónde aves y flores reinaban.
A Lunne la convirtió en una pequeña esfera satélite de Eteara que sólo aparecería en ciertas partes del tiempo a atormentar a Matloc con su belleza y a hacerle entender que siempre era demasiado temprano o demasiado tarde.
Lunne giraba irremediablemente en torno a Eteara, y ésta giraba junto a las demás deidades parientes de Matloc alrededor de una bola de fuego incandescente, gigante y lumínica, dadora de vida. Era Sunau.
Matloc vivió solo en esos terrenos paradisíacos, alimentándose de los frutos y bebiendo agua. Y claro contemplando la belleza y la luz de Sunau, a la que extrañamente Matloc amaba sin saber por qué. Quizás en los resabios de ese amor divino, el ahora humano comprendía cual era, quizás, su elección correcta.

El sillón de la casa de la abuela en el que pasaba horas jugando en esos hermosos días de infancia.

Una pequeña tapita en el futón, color rosa, la tapita. Metida por esa rendija oscura del cuero, color marrón, el cuero. Escondiéndose delicadamente por el agujero y buscando ese mundo de cosas perdidas, ese mundo de monedas y pelusas, de restos de comida, de restos. La tapita rosa ya había entrado sigilosa por los plieges brillosos al oscuro. Ya era parte del futón.
Desde los cinco años que quería escribir esto.

Texto sin sentido ni nada


Humedad 76%. Primavera en el subte ramal D que iba perdiendo espacio en los vagones a medida que avanzaba desde Congreso de Tucumán hacia Catedral.
En estación Juramento subieron un guitarrista y un cantante que interpretaron dos tangos; uno de Eladia  Blázquez y otro de Cacho Castaña. /
Todo el vergel de ideas e inspiración nació por una chica que se dormía encima del hombro de un hombre, por lo que éste texto iba a llamarse ‘’la que se dormía’’. Pero tras tantas tareas con las que me ocupé en estas últimas semanas (semanas que forman unos cuantos meses) no pude continuar el texto y mi memoria olvidó por completo el disparador de este texto con título y sin contenido.
Realmente no me acuerdo ni del guitarrista ni del cantante. Sólo intuyo que el tango de Cacho Castaña que interpretaron fue ‘Garganta con arena’ porque en éste último tiempo tuve ese tema revoloteando por la cabeza.
Este olvido, esta distracción, la falta de. Todo eso refleja quizás el desorden al que le huyo.
Una hermana mía me recomienda siempre el psicoanálisis.
Ayer fue un domingo raro. Pasé por muchísimos estados de ánimo.
Hoy es lunes.

Pequeños transtornos diarios



Me encanta, cuando camino, imaginar que las personas son vehículos.
Yo siempre me figuro ser un auto azul o del color de camisa que tenga.
Las personas altas o anchas son camiones, camionetas o rodados pesados.
Los más jóvenes son modelos nuevos, los más viejos son modelos antiguos.
Y así con toda la creación del tráfico humano y las carreteras que son las veredas, o las calles, o los lugares donde estemos caminando.
En el interior de mi cabeza hago el ruido de mi motor, las frenadas, los cambios de marcha. Todo está perfectamente aceitado.
Trato de mantener distancia de los demás vehículos y cuando voy a doblar abro y cierro mi puño para el lado del giro.
Cuando los automóviles que pasan por la calle aparecen en mi registro visual tiran todo mi mundo de personas vehículo a la basura. Nos vuelven a hacer hombres y mujeres. Nos condenan a ese lugar de humano, de lentitud, de piel, sangre, células y muerte.