jueves, 5 de diciembre de 2013

No lo sé

''A butterfly...the beautiful of (...) our lives.
Behavior?
(...) my mind.''

Hablaban de algo, y lo sabía porque veía que se les movían sus bocas, pero principalmente porque sus miradas dialogaban, temas aburridos seguramente, o demasiados serios, algún papel o números sin cerrar.
Me movía en una nebulosa de sonidos alegres y coloridos con algunas turbulencias en las zonas donde atacaba una pesada humedad que me hacía desfallecer hasta el punto de desconectarme del trance y volver a eso que todos llamaban realidad.
Ya no tenía tanto hambre y la panza, conjunto de intestinos, estómago y otros órganos y glándulas anexas, molestaba. Fue un almuerzo pesado e innecesario.
Estaba cansado, fatigado el cuerpo y harta la mente; ya no sabía si había aprendido a ser paciente, o simplemente a convivir con mi idiotez.
Al principio del jueves lo advertí; hoy estoy malhumorado.
Seguían hablando de cosas que no comprendía ni quería comprender. Hasta se reían.
Los platillos eran limpios y generaban unas ondas expansivas que proporcionaban una atmósfera límpida y acolchonada.
Tal vez eran sólo gases, pero los retorcijones eran cada vez más repetidos. No me asustaba.
Qué más esperaba, no lo sé. Quién me mandaba a ser tan idiota, tan masoquista.
Pero igual te adoro...y habrá algo de bueno en eso?

lunes, 25 de noviembre de 2013

El payé caburé

''El caburé es una pequeña ave de rapiña de color castaño con algunas manchas blancas (especialmente en el pecho) y dos oscuras en la parte superior del cuello. Tiene cabeza grande, patas fornidas y uñas agudas, enormes ojos de pupila negra e iris amarillo. Habita en bosques de Entre Ríos, Misiones, Río Grande del Sur, Corrientes, Paraguay y el Chaco. Uno de sus métodos de caza es particularmente llamativo: se posa en la rama de un árbol elevado, da un grito dominador y penetrante y mira rápidamente a su alrededor. Los pájaros que se hallan al alcance de su voz  y  todos aquellos a quienes dirige su mirada, se aterran y entumecen. No pueden huir ni volar sueltamente. Al contrario, como atraídos por un imán se encaminan hacia el caburé, que matará dos o tres de ellos.
Como atraídos por un imán...
Atraídos...
a-tra-ídos...''


 Creo que no hacía ni mucho frío ni mucho calor. Astor esperaba a Yaya en la esquina de Corrientes y Juan Be Justo. Cerró los ojos lúdicamente parado en la vereda, pero en ese exacto momento que determinó que el cerrar de párpados no era un pestañeo, apareció Yaya con un abrazo algo alejado y una sonrisa infinita que opacaba el nuevo corte de pelo, algo así como un carré desordenado.
Emprendieron una caminata, usual en ellos, tomando Serrano casi desde el inicio y a medida que dejaban Villa Crespo para meterse en Palermo, se detenían en las luces de la ciudad que nacían con la tarde noche de un invierno cálido.
Se detuvieron varias veces a charlar escenas y vislumbrar temas. Se los notaba contentos aunque algo incómodos. Siempre hay preguntas que hacer que esperan ser contestadas sin efectuarlas. Gajes de su amor.
Rato después siguieron con esa manía rutinaria de perderse; lo mismo pasó con sus miradas. Se encontraron una en la del otro y fue una patada al orgullo, a la mesura, a eso que hacía que no se digan lo que querían decirse.
Yaya tenía ganas de un té. Eran algo así como las siete de la tarde y se metieron en un bar hindú que más parecía un templo de meditación. El olor dulzón de los inciensos, la contaminación por el exceso de colores y la negativa a servir té de los mozos (por considerar que era hora de la cena) fueron motivos suficientes para huir con una sonrisa compartida y burlona a la cafetería mas cercana; querían un café doble para llevar y un té de lavanda, también para llevar.
Antes de llegar a la cafetería los sorprendió una asiática cordobesa que ofrecía adornos de pueblos originarios. Una combinación extraña que hizo que los dos se detuvieran. Yaya compró uno de los adornos, con motivos en color naranja y se lo regaló a Astor. Astor compró uno con colores verdes y se lo obsequió a Yaya. Los adornos representaban al Caburé. La asiática les contó que el que tenga un Caburé tendría todo lo que quisiera; amor, dinero, salud. Astor miró de reojo a Yaya y deseó con todas las fuerzas su amor.
Atolondrado por la cursilería de los pensamientos que tenía tomó a Yaya de la cintura y fueron por el café y el té.
La verdadera historia del Caburé se traduce en una leyenda que cuenta sobre Tonolec o Caburé, un pájaro del monte chaqueño de canto hipnótico, del que se vale para atraer a su presa. Los pueblos del territorio contaban que el ave abusó de este don y, como castigo, un Dios corrió el rumor de que sus plumas servían para hacer un payé, especie de talismán, infalible para atraer el amor no correspondido. Así el Caburé nunca más vivió tranquilo. Los poblareños cuentan que las plumas del Caburé son consideradas como talismán que trae buena suerte en los negocios, juego por dinero y el amor.
Otra versión versa (hermosa redundancia) que existió un fiero cacique, muy famoso en las tribus que poblaban las costas del majestuoso Río Paraná, que estaba enamorado de una bella doncella guaraní llamada Panambí (Mariposa), una hermosa virgen de la tribu. El cacique hizo un pacto con Añá (representación del diablo), y con la ayuda de este consiguió un día seducir a la bella Panambí. Pero Tupá (encarnación del Dios creador), que todo lo ve, resolvió castigar a Caburé, como se llamaba este valeroso cacique guerrero, transformándolo en un ave de rapiña, tal como se lo conoce hoy en todo el litoral.
Con las infusiones en su poder se sentaron en Plaza Armenia con detalles de fondo que por desgracia no recuerdo; perros seguramente, parejitas y muchos chicos, si, había muchos chicos y familias.
Astor deseaba esos poderes hipnóticos del Caburé, aunque una maldición cayera sobre el. Su mariposa, Yaya, revoloteaba alrededor con abrazos, palabras, sonrisas, anécdotas, contándole sentimientos con la sencillez que una miga de budín cae sobre su regazo. Habrá sido el séptimo abrazo que se daban en la velada y ahí empezó todo; una mano de Astor acarició la lomita de la parte de atrás de la oreja de Yaya, al tiempo que la nariz fría de la chica se raspaba con la barba de él. Los alientos se empezaron a sentir cada vez mas cerca, creando una atmósfera que los ahogaba y las ganas de morir de ambos se acrecentó hasta el infinito. Morir besándose, que noble, que trágico, que cursi, que hermoso.
Como cada beso que se daban con el alma, el entorno empezó a nublarse y desapareció en la espesura de la pasión que se tienen, de la locura que son juntos. Se acoplaron, se volvieron aire, fueron Caburé y Panambí pero sin ayuda del Diablo ni ningún otro Dios.

 Varios sucesos se continuaron casi por inercia, una sensación de estar flotando y una cámara rápida que ansiosa los llevaba al departamento de Astor, después de haber pasado por Villa Crespo a alimentar a un gato negro que ella tenía y de sentir una pesadez enérgica bastante lamentable, y algunas lindas sensaciones que encontraron revolviendo la melancolía. Astor no sintió aprehensión por el gato negro, que según la creencia popular da mala suerte. Se aferraba a la versión británica que dice todo lo contrario.
El departamento de Astor ostentaba una soledad tremenda y evocaba tranquilamente un asentamiento gitano en Rumania o Lisboa.
Cuando hicieron el amor con el ruido de la lluvia fue el momento de explosión magistral. Se amaron más que nunca y menos de lo que podían llegar a hacerlo. Se aferraron, se murieron y resucitaron; explotaron y dieron vida a un amor renovado.
Quién sabe cómo se durmieron, pero al despertar conjunto de una mañana gris luminosa, encontraron entre las sábanas que tapaban sus cuerpos hermosamente desnudos, una pluma de Caburé que conservaron muy dentro suyo.

domingo, 3 de noviembre de 2013

La Bruja de Coghlan

Hubo cierta noche, no preciso bien si hace meses, días u horas, en la que me atreví a traspasar la frontera de Belgrano hacia Coghlan, o como mas tarde me explicaron se decía en el léxico nativo; ''Couglan''. Las cuadras por Monroe de este lado de Balbín eran decididamente mucho mas frías y apagadas. En una esquina no menos gris que las veredas que había dejado atrás, pero contundentemente más iluminada, me esperaba mi inesperada guía; una oriunda del lugar de la cual penosamente no recuerdo su nombre por haber terminado realmente mareado en tanta charla. Era algo así como Matilde, o Marina, aunque también pudo haberse llamado Elisa o Ximena. Saludámonos con estrecho abrazo como si nos conociéramos y convenimos una especie de tour impulsivo donde ella, la Bruja, me mostraría, a modo de agente inmobiliario, las instalaciones del lugar. Entendamos que recorreriamos los recovecos más escondidos de Coghlan y esos secretos que uno atesora como bancos de parques, mayólicas de casas antiguas, veletas particulares e historias de viejas experiencias de Barrio. Rodeamos el Pirovano de norte a sur con holgada atención, deteniéndonos en los detalles que encontrábamos necesarios; antiguas inscripciones, placas de bronce maltrechas, árboles llorones y una artística graffitera bastante fuera de los cánones convencionales. Tomamos una calle de la cual ya olvidé su nombre (como el de La Bruja) y nos adentramos en una especie de pasillito que se angostaba en una precaria escalinata de piedra áspera que daba a una gran aventura de árboles y pedregullo. Hagámonos la idea de que la escalinata es un portal; si uno no entra con intenciones de encontrar algo sorprendente, desembocará indefectiblemente en alguna calle de adoquines ordinaria, o en algún Banco Provincia, o en un café berreta de moda donde todo cuesta más de lo que vale. Con la intención tatuada en nuestra ilusión de enseñar (la de la Bruja) y de conocer (la mía) accedimos a lo que ella llamó la Plaza Escondida. Los ligustros florecían desde un cemento infertil y unas barandas de metal no tan frías como las de Belgrano o Chacarita, nos condujeron en un inercia acelerada al andén de una estación de trenes. Dimos unas vueltas extrañas pero necesarias, según la Bruja. Me llevó de la mano pero sin tomarla por un puentecito muy inglés que nos presentó un sendero de la frontera entre la Plaza Escondida y la Plaza Nueva, que era algo así como una bazofia de plástico y pasto sintético, enrejada, donde descansaban a un lado, extirpados de su antiguo lugar , unos durmientes del viejo ferrocarril, a metros de la antigua fuente que ahora era un espantoso macetero gigante del cual crecían unos pobres brotes de unas plantas desabridas que en Europa estaban de moda. La Bruja se lamentaba por todo el cambio que fomentaba La Nueva Administración de Coghlan. Me tironeaba por otra escalinata donde ya no había ni ligustros ni enredaderas como la del árbol cerca del Pirovano. Ya estábamos en las afueras de la Plaza Escondida y pisábamos la zona del Barrio Rico donde ella aseguraba con extremo entusiasmo en su mirada azul que pasaban cosas mágicas. Era un encanto el ser llevado por La Bruja. Conocía todos los escondites donde los nenes del Barrio Escondido jugaban a las escondidas las noches de Febrero, las historias de los edificios y cada una de las embajadas y los templos católicos. Nos paramos en el medio del empedrado de la calle y tal como me lo prometió vimos pasar un gato negro corriendo de una vereda a otra. ''Siempre que una persona con ganas de ver más allá del empedrado se pare en el medio de la calle va a ver pasar al gato negro de Melián'' profetizaba mientras se arreglaba un rulo rojo que le caía sobre la oreja. Y empezamos a charlas sobre los rabinos, los judíos y prepucios cortados, entre otras cosas. Cuando caminamos dos cuadras mas hacia el oeste sobre la Calle más cara del Mundo, después de pasar por la heladería con el segundo helado más delicioso que ella conoce, me señaló el lugar de la magia mas hermosa. Esperamos un tiempo, algo así como lo que tarda en fumarse uno un cigarrillo, y miramos juntos al cielo de los árboles, esos árboles que decoraban como un gran tapiz toda la Calle mas cara del Mundo. Cuando ella dijo que era el momento, el árbol Torcido empezó a moverse sobre un plátano de la otra vereda y armaron juntos un puente verde bajo el cual cualquier parejita de enamorados desprevenida se hubiera besado pensando que era un gran muérdago. El árbol Torcido empezó con una danza contagiosa que hizo movilizar a los más rectos de los plátanos, arces y liquid ambar que se unían aunque sea de una ínfima ramita conformando una cadena de energía verde tan única como oculta, que sólo podíamos ver unos cuantos afortunados. Una vez terminado el baile de los árboles continuamos hasta el corte de calle y la Bruja me dejó decidir cómo continuaríamos. Doblamos por mi instinto hacia la izquierda. Habíamos pasado unos cuantos túneles hechos por la Nueva Administración. El último lo recorrimos lentamente mientras comíamos compartiendo un helado de cono y ella me contaba sobre una pasada civilización de hombres y mujeres que alegraban esos pasajes con música y pinturas rupestres. Pero ya nadie sabía donde habían ido a parar desde la construcción del túnel Nuevo. Volvimos en una curva sinuosa a las paredes del Pirovano, luego de pasar el punto inicial. Doblamos en el árbol de enredaderas y otra vez por el portal de la escalinata de la Plaza Escondida. Esta vez encaramos hacia el sector del playón donde algunos chicos ensayaban una guitarreada y picadito al costado. Nos metimos en una especie de playa sin mar, con una arena urbana, menos liviana que la de la costa. Había tres hamacas, un tobogán, una especie de trepadero, unos caballitos de lata, y otros juegos que seguramente no dilucidé. Y estaba Juan, intermitente, pero presente, pero ese es un dato aparte que carece tanto de sentido como de importancia. Estacionamos en las hamacas que eran unos sillines de cuero duro con dos cadenas. Ahí también La Bruja mostró su magia; la de las charlas intuitivas, la de la apertura a un desconocido, la de las confesiones nobles, la de jugar con la arena y no dejar las colillas tiradas en el piso. Ambos fueron maestros y alumnos, y notaron una atmósfera cálida entre las turbulencias de sus vidas, de momentos diferentes, de miradas claras y de anécdotas de asesinatos, de viajes, de bitácoras y amores. Se rieron un poco del frío, y de ellos, y al cantar del vigésimo zorzal que se paraba sobre el cedro cercano al parante oxidado de la hamaca, decidieron emprender viaje por un café de alguna casa de Coghlan.

martes, 29 de octubre de 2013

El interno 607

El interno 607 de la línea 338 tenía sólo una puerta, la delantera, por donde los pasajeros subían y bajaban. Un día el conductor de la unidad tuvo la jocosa idea de colgar un cartel de ''descienda por atrás''. Dicen que algunos pasajeros nunca pudieron bajar del interno 607 de la línea 338, y que se ha creado una pequeña comunidad organizada de los que nunca pudieron descender por atrás.

sábado, 26 de octubre de 2013

Silva

Nelson Alejandro Silva fue un escritor uruguayo que desde los 6 años vivió en Buenos Aires hasta el día de su muerte. Nunca viajó fuera de la provincia y vivió la mayor parte de su vida en el Barrio de Núñez. Su obra ilustraba solamente solemnes proezas de un personaje ficticio que claramente evocaba a su persona; desarraigo de su país natal, infancia penosa por la pérdida de sus padres, desamores trágicos y una fuerte soledad sedentaria que cubrían las aventuras de ese personaje soberbio al que llamó ''Silvio el poderoso''. Las proezas de ese héroe de apariencia perfecta sobrevolaban sobre una poética ilustrada y altiva, proponiendo paisajes de armoniosa perfección donde todo pendía de un hilo romántico (referido al amor, y también a la corriente), casi cursi. Una noche de insomnio, Nelson Silva tomó una caminata nocturna para calmar los nervios que le provocaban unos números que no cerraban en su agenda de pagos. La medianoche de sábado de Núñez lo despertó ante la mediocridad de una juventud de esquina, de cervezas tibias y humos raros, de linyeras que le pedían tabaco y de prostitutas feas. Al llegar a su piso 3 (ni muy alto ni muy bajo) de la calle Pedraza, se acomodó en el escritorio, y antes de escribir nada se desplomó sobre el roble, entre unos tinteros, muriendo casi por elección propia al decidir que ya nada lo inspiraba en la mediocridad de su vida, que todo lo sublime de su mundo que creó por años se apagaba junto con Silvio el poderoso.

lunes, 21 de octubre de 2013

el amor

El amor es un sentimiento que saludas desde el otro andén, que sube al tren y se va a la dirección contraria a la que vas. Es saludar con gestos graciosos, o besos o groserías sólo para sacarle una sonrisa al amor. Es ver la nariz del amor aplastada contra el vidrio de la ventana y que te diga algo chiquitito, casi imperceptible pero con una carga increíble, algo al borde de explotar. Es recordar todo lo que leíste sobre el amor, lo que nos enseñan los medios, la familia, y decir ''el amor éste no se le asemeja en nada''. Subirse al vagón sucio que te llevará al lugar a donde te dicen que debes ir. El amor sigue ahí; te diría que en la retina pero no tengo idea donde queda eso. Lo tenés ahí al amor, como presente mientras te alejas de el. Porque sabés que lo vas a volver a ver, tenés la certeza. Aunque sea una migajita de sueño o un holograma en la retina que no es retina, o de nuevo en el otro andén.

una de Descartes

La calle Santa Fe era un desfile de colectivos de infinita gama de colores y números que por seguro hubiera sido un festín para mi padre, un trotamundos asentado en el conurbano que sabía de memoria todos los recorridos y las diferentes combinaciones cromáticas de las líneas de Capital Federal. Era una especie de Filcar humano. Los taxis se escurrían entre los espacios físicamente imposibles que dejaban los autos regulares y los colectivos, y las motos afiladas y veloces puedo decir que transpasaban la materia. Un nene de unos 6 años le preguntaba a su mamá por qué el letrero de ''ambulancia'' estaba escrito al revés, pensando que había descubierto un gran enigma. Al verdulero ambulante, o mejor dicho vendedor de frutas (a estos personajes les faltaba oficio para ser verduleros) se le caían una decena de frutillas del cajón (que decía ''Claudio'') en dos tandas. Y luego de la segunda caída las recogía y las colocaba nuevamente en su ''vidriera''. A su vez un 93 escupía un humo negruzco de su caño de escape y un anciano con una muleta tosía tuberculosamente y se quejaba de la tardanza del 68, mientras se colaba en la fila y la muchacha de atrás no estaba con todos los ánimos para reprocharle su adelanto ilegal. Un pibe corría por la calle con una cartera de mujer en la mano y varios sacaban conclusiones. El ruido de las monedas chocando el fondo del vaso de plastico fucsia del ciego de la puerta del bazar que parecía presenciar todo de una manera diferente. Las chicas que repartían panfletos de reparación de celulares y de la pizzería de la esquina comentaban sobre lo rápido que cortaba el semáforo, y que ''pobres los viejos''. Un actorcito de la novela de la tarde hacía su aparición bajando de un taxi a mitad de cuadra y alborotaba a la muchedumbre cholula que pedía fotos y autógrafos. Una señora canosa y diminuta pasaba con ritmo corto y acelerado con un enorme gato blanco y negro a cuestas, que llevaba una especie de corset rojo y una pelusa lila, seguramente del sweater de la señora que lo llevaba abrazado, en su boca. Un portero del edificio de las oficinas de Atención al Solicitante señalaba el cielo y le explicaba a uno de los de la fila que el viento del sur iba a limpiar todo. Mientras, Klaus, empequeñecido en la fila del 152, sólo tenía ojos para su mundo. Su pequeño mundo en ese gran mundo que es un subconjunto de otros infinitos conjuntos. Klaus sentía pena porque otra aventura amorosa había fracasado, y no se percataba que el frutito de los árboles de plátano que tanta alergia le causaban, caían sobre su cabeza como espolvoreados por una gran mano de una especie de Genio Maligno.

domingo, 20 de octubre de 2013

hacer

Acepto que estoy mas viejo, por culpa del tiempo, y que pierdo detalles que hace un tiempo vislumbraba. Que se me ha endurecido un poco el exoesqueleto de la sensibilidad aparente y que la barriga ha crecido. Pero tambien noto que hay cosas que no cambian; la manía de crujir los huecesillos de los dedos de las manos, las palabras cursis para dirigirme hacia vos, olfatear las cosas, y por sobre todo, tener esa imperiosa y latosa necesidad de decirte que te amo. En ese momento se enciende algo en mi que decide que debo demostrar las cosas antes que decirlas.

miércoles, 9 de octubre de 2013

un final

Ya sentía como terrones de arena; manoteaba alguna que otra piedra que llevaba alguna espirulina, como le decía a todas las algas. Llegó a la orilla costándole más de lo que imaginó. Se desplomó en la arena amarillenta y acariciando el suelo sonrió por su libertad. Los primeros cinco días fueron aburridos. Fue ahí donde se gestó la rutina de la supervivencia. Con algunos caracoles y trocitos de almejas fue dibujando algunos detalles de la estadía. Los primeros días de primavera llevaron tormentas a la isla, y en la cuarta tormenta fuerte murió por consecuencia de un rayo que logró alcanzarlo. Terminó de escribir y le llevó ansioso el boceto a Leonor, su profesora de lengua de secundaria para que lo calificara como dramaturgo. Leonor desaprobó la obra y la jactó de cuentito alborotado. El cuerpo de Leonor yacía sobre la alfombra y él no aguantaba más el olor a podrido. A los pocos días se quitó la vida de un disparo en la frente. Y así termina la historia del escritor fracasado. Fin, aplausos, salida del director; el teatro estalla de regocijo. Los actores se abrazan y Vivian le dice a Cohen "lo logramos". La cámara se queda en la sonrisa de Vivian y la imagen se difunde hasta llegar a un azul oscuro donde empiezan a caer las letras que conforman los créditos. Decido apagar la televisión y me dirijo hacia Susana. Entredormida me pregunta que hago despierta a esa hora y yo le digo que tengo ganas de escribir. Fanny cierra el libro y le pregunta a los chicos si les gustó la historia, que la escribió un tío suyo y que nunca salió a la luz. Le pasa un mate a Mauricio que pestanea y cae al piso. En ese momento Tobías despierta; fue todo un sueño. Se incorpora con un movimiento resortil. Y bien, sólo me falta encontrarle un final acorde.

podríamos

Podríamos estar durmiendo entre tu gato y esas frazadas frías que nos llevan a buscar el calor del otro atándonos las piernas como nudos caprichosos. Tus gemelos en mis pantorrillas, y mis muslos sopapas sobre tus rodillas. Y así de desnudos darnos tanto fuego. Dormidos, un poco acalambrados por el peso del otro en el brazo de uno y alguna torcedura no muy grave. Sentirnos la piel, ese regalo divino que espero cada vez que te veo. Tus pechos en mis manos, seguramente, conservandolos como un tesoro precioso. Y tu cabeza flotando sobre mi pecho. Despertarnos con algún espasmo que nos electrifique, y seguir durmiendo errantes, reacomodándonos, en un abrazo que sigue hasta el amanecer.

martes, 8 de octubre de 2013

Una horda

Una horda. Clásico murmullo previo y mucho decorado de personas que conformaban una variedad pintoresca, pero que ya con la función atrasada 16 minutos, empezaba a hartar. Ferraro esperaba en una mesa alejada, solo, sin un café y con el pie tamborileando en el aire nerviosamente en el cruce de piernas. Nadie daba sala y Ferrero no pensaba hacer la fila con la horda para entrar. Que toque el lugar que toque. Ademas la fila era desordenada y urbana. Ferraro odia eso de lo urbano, la desorganización y la acumulación de gente. Empezó a llegar mas gente al saloncito de espera del teatrito. Los tipitos no daban el ingreso a la salita. La muchacha de la boletería hermosa como siempre. Ferraro la miraba fijo con esa atención asesina con la que suele observar a las mujeres que desea. Amagó prender un cigarro pero no quería problemas con nadie, y lo guardó en la cajita metálica. El pie ahora golpeaba el piso y las manos jugaban a entrelazarse por sus dedos y acariciar la madera de la mesa. Resoplaba. El atraso era abusivo. Ferraro se levantó de la mesa y se dirigió a un lugar al azar de la salita, cerca de la horda. Comenzó a hablar casi en monólogo con una señora, porque ese tipo de señoras solían ser de darle charla a Ferraro. Le preguntó si no le parecía que la gente juega con el tiempo de uno. La señora le dijo a Ferraro que el era joven y la charla se desvió a la nieta de la doña como eje central. Nadie dio sala en si. Sólo se abrieron las puertas y el profesor que organizaba la muestra teatral pedia los tickets. Nada de lo que uno espera en un teatro pasaba. El profesor reconoció a Ferraro como ex alumno y tras crusar breves palabras la gente ocupaba casi la totalidad de la salita. La música empezó a anticipar la salida a escena de los actores, pero antes el profesor brindó una estudiada introducción sobre lo que se iba a prensenciar continuadamente. ¿Alguna vez sintió una sensación de vómito, de vergüenza ajena, de indecensia visual, de desaforamiento sexual innecesario, de violenta crueldad, de espanto, de destrucción masiva de obras clásicas, de ira? Ferraro se levantó de la butaca e increpó al profesor que organizaba la muestra. Terminaron todos en una gresca generalizada entre los adeptos al estilo de la muestra y los conservadores amantes del teatro clásico, liderados por Ferraro. Una horda de indignados teatrales comenzaron a destruir las instalaciones mientras los pseudoactores salían del teatrito llorando, gritando y defendiendo a su profesor. Ferraro terminó demorado en la Seccional 14 del Barrio Callao.

Los tipos

Los tipos llegaron en el momento menos indicado, pero parecían saber que era justo y preciso llegar en ese instante. Entraron de a uno a la oficina hasta acumularse en un rincón, serios, con un gesto casi de enfado. Prefirieron no sentarse y empezaron a murmurar observando a todos los empleados que continuaban las tareas con intriga y algo de miedo. Armaron su subgrupo, redondo. Segundos después ingresó Richardson a la oficina con su usual temple, tranquilo, y una sonrisa reluciente que solía mantener hasta en las situaciones más aberrantes. Sam no podía atestiguar lo que venía; decidió salir de la oficina para sentirse menos culpable. No quería ver a sus compañeros sufrir, ni tampoco quedar encasillado como el soplón. Fido había sido el enganche, el contacto entre los de la oficina y los tipos. Una pieza clave en todo el movimiento. El día por fin había llegado; fueron casi treinta años de búsqueda, de cruzar desiertos de antipatía para alcanzar al fin el cometido entre las partes. La espera terminaba y todo iba cerrando, el ciclo al fin concluía. El más petisito, con lentes de marcos gruesos, era el que manejaba todo en la banda. El que mandaba pero nunca ponía el cuerpo. El otro, el gordo, era su mano derecha, el que se ensuciaba a medias las manos. El que mandaba a los que hacían el trabajo sucio, como el viejo narigón que miraba serio a una de las chicas que se escondía detrás de la computadora. Los tres vociferaban en tonos bajos acurrucados en su tema. Los otros se desperdigaron por los diferentes departamentos de la oficina. El único de los tipos que no era canoso, que tampoco era el más joven, tomó la parte de finanzas de la oficina y abrazó a Fido en tono burlón. Se intercambiaron un par de papeles y uno de los empleados de finanzas reaccionó tirando con enfado y sin querer una taza al piso. Dos gorilas canosos lo sacaron fuera del departamento de finanzas con un cordial apretón de pescuezo, y Fido estrechó la mano del tipo que no era canoso, al que llamaban Zucker. Sam entró a la oficina con las manos sudadas y se dirigió al departamento de recursos humanos. Charló largo y tendido con el encargado del sector, que firmó un papel que llevaba Sam desde el despacho del Presidente de la empresa. El encargado de recursos humanos, Mareque, pensaba que todo era un gran error, y se lo dijo a Sam, que replegado sostuvo que el sólo recibía órdenes. El Presidente subió a la oficina; todo se alborotó. Empezaron las corridas con las firmas de unos, los sellos de otros. Se divisaban reuniones espontáneas en varios rincones de la oficina. Los empleados de sistemas prendieron todas las máquinas y empezaron a trabajar con la red interna. La etapa de transferencia se iniciaba y todos se alteraban. No podía haber errores. Los empleados daban lo mejor de sí sin saber lo que hacían; como Sam, sólo recibían órdenes. Cuando la transferencia de datos (los datos representaban números que representaban dinero, quizás) rasguñaba el 70% los empleados empezaron con las preguntas. Los tipos se metían inescrupulosos a separar los subgrupos (otra vez subgrupos) de empleados. Cuando todo era desconcierto y la atmósfera se respiraba turbia, como antecediendo un violento revire, llegó Rasmusse; cabeza blanca engominada y la misma cara de hipócrita de siempre, la ingenuidad mejor actuada. Sacó una carpeta con tapas de cuero negro y apoyándola en su brazo izquierdo, anotaba hasta el cansacio y sin detenerse, detalle a detalle, mientras los tipos le sonreían con miedo y esperando hacer buena letra.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Tarde

Mi cama decidió raptarme como todas las mañanas. Es un proceso lento que empieza a la medianoche comenzando por los pies, si no me equivoco. Las sábanas se enrollan con fuerza a los tobillos con una delicadeza serpenteante. Las frazadas en invierno refuerzan el sostén del cuerpo, lo cual hace que la escapatoria al momento de despertar se torne dificultosa, pero nunca imposible. La almohada no ayuda al resto ya que siempre termina en el piso antes de lograr dormirme. Suelo forcejear horas. Hay momentos en que desisto, pero a la vez insisto apenas recupero las fuerzas. Con ahínco y perseverancia siempre logro mi objetivo, mi anhelo de liberación me motoriza. Con las fuerzas que me quedan, una vez que escapo, logro meterme a la ducha que me seda con alguna sustancia que posee el agua; algún elixir somnífero que me tienta a quedarme ¡Pero no! Sumergido en una somnolencia taciturna me adentro en las profundidades de mi habitación. Me seco y me visto como puedo, o como me dejan; la ropa también hace de las suyas para intentar hacerme quedar en mi departamento. Pero con las ganas que todo lo superan logro resistirme e imponerme. Ya fuera de la casa soy yo nuevamente... Y eso, Jefe, es lo que me hace venir tarde todas las mañanas.

sábado, 31 de agosto de 2013

Marinna

Cuando Astor conoció a Marinna ella todavía limpiaba su mierda por debajo de su nariz. Se cruzaron casi en la amada esquina de St James y Lovdanha. Intercambiaron miradas perdidas que transpasaron unidas a sus andares, y unos pasos después voltearon en un unísono tambaleante que terminó en una inercia de colchones en el piso y ron. Marinna flotaba en las sábanas sucias de Astor que cambiaba el disco a uno de Kusturica y luego a Gogol Bordhelo, y después a la radio. Hicieron el amor incansablemente entre arena de la ventana del balcón y los cristales dulces de Marinna que proporcionaban un pintoresco temblequeo al acto. Fueron cinco noches seguidas y muy parecidas. Marinna aparecía de negro en el departamento de Astor, con la mirada cada vez más blanca y eufórica. Miraron viejas peleas de boxeo y fumaron unos negros del Mercadito Bouvelier. Las pocas veces que cruzaban palabras era para relajar las lenguas y para calentar un poco los sesos. El sexo era una picazón insesante y desesperada y cada vez terminaban más agitados y muertos. Cada vez más muertos. Era violento. A la sexta noche Marinna no apareció nunca más. De ninguna manera.

viernes, 30 de agosto de 2013

el episodio de Juan Seldon

Juan Seldon salió del baño de la oficina con la cara mojada y chorreando de una de las mangas de su camisa algunas gotas de agua. Todos lo miraron atónitos, asustados. Tenía algo en la espalda. Trató de sacárselo de  encima pero no sabía cómo, porque tampoco sabía que era.
Algunas compañeras chillaron asustadas, inmóviles en sus lugares. Otros se levantaron de sus asientos y hasta salieron de la oficina huyendo o quizás pidiendo ayuda.
Los más cercanos le sugirieron a Juan que se quedara quieto. Una valiente se quiso acercar pero declinó en el intento por la impresión.
La seguridad del edificio no tardó en llegar. Juan sólo estaba parado; no tenía miedo, no decía palabra alguna, no preguntaba nada. Sólo se dedicaba a quedarse estático sobre sus pies.
Uno de los jefes sacaba conclusiones y decía que nunca había visto algo parecido en todos los años que trabajó allí.
Juan estaba de espaldas a la ventana, y la gente de mantenimiento ayudaba a los de seguridad a cercar el perímetro donde se hallaba Juan, con considerable distancia para estar fuera de peligro.
Ya no era propicio preocuparse por Juan y su humanidad, sino por procurar que lo que llevaba en su espalda no se expanda ni se movilice a otro lugar del cuarto, o peor aún, que se pose en otra persona.
Juan intentó un movimiento con una de sus manos para tocarse la espalda, pero fue advertido por el jefe de seguridad, y la mano de Juan volvió a colgar a un costado de su cuerpo.
Pasada la quinta hora del episodio dejaron a Juan sentarse. No sentía el peso de lo que llevaba sobre él, que tanto atormentaba al mundo. La oficina estaba casi vacía; eran Juan y tres expertos en este tipo de situaciones críticas; el Grupo Especial había llegado hace unos minutos.
Cuando la noche cayó le sugirieron a Juan no dormirse porque el mas mínimo descuido podía ser fatal.
Los demás se turnaban para descansar, y cuando el Jefe del operativo dormía sobre un escritorio, empezaron a notar cierto movimiento en la espalda de Juan.
Le dijeron a Juan que se parara lentamente y tratando de respirar lo menos posible, de modo que lo que tenía en la espalda quede de frente a los del Grupo Especial.
La reacción de los hombres fue un espanto. Uno no paraba de vomitar, asqueado, otros sentían un miedo profundo.
Juan estaba ahora de frente a la ventana que daba a la avenida. Pidió que le avisaran a su madre sobre la situación.
Al mediodía del siguiente día llegó la madre de Juan Seldon subiendo a los gritos por las escaleras, ya que por precaución habían deshabilitado los ascensores.
La mujer lloraba desconsolada y decía que amaba a Juan. Y le imploró a los hombres del Grupo Especial que lo salvaran.
Cuando Juan le preguntó qué era lo que tenía en la espalda ella quebró en un llanto insostenible y desgarrador. Yació desmayada por los nervios y los paramédicos la llevaron a la sala de urgencias del edificio.
Juan respiro hondo y decidió dejar todo en manos de los que saben...
Sólo se limitó a seguir indicaciones.

sábado, 10 de agosto de 2013

dejá de fumar

Dejá de fumar! Claro para vos era muy fácil! Vos con tu señor marido y los pulmones limpios, y la cabeza en ese aspecto, por lo menos, más ordenada. Por qué fumás? A diferencia de esas personas que tienen la necesidad vital de estar aferrado a alguien, yo fumo. Si, es mi compañía. No creo que te haya pasado a vos de llegar a tu casa y escuchar el silencio tan ensordecedor que desesperás. Corrés al tocadiscos y ponés lo primero que encuentres. Yo sufro mucho esa soledad, no es fácil encontrarse sin nadie al lado, o sin alguien con quien contar, o compartir. Ese aislamiento que me planteo a veces, que vos tanto criticás. Estoy solo, más que nunca, y el cigarrillo me lo hace olvidar por esos minutos. Besándolo, consumiéndonos juntos, muriendo lentamente y esperando un próximo encuentro. Cada día, cada pitada.

viernes, 9 de agosto de 2013

La retirada de la Isla

Astor estaba cada vez mas acomodado. En el barrio sonreía a todo el mundo. Todo estaba mejor. Incluso viajaba los fines de semana a ver a los anteriores compañeros de trabajo y a su querida confidente, y a la Secretaria. Hasta tenía su esquina favorita en la Isla; St James y Lovdanha, incubadora de experiencias, anécdotas y grandes sensaciones (hasta una extraño encuentro con un ser fantasmagórico o de alguna otra dimensión, según el). Caminaba y caminaba, y viajaba, y se encontraba en un círculo, envuelto en una especie de torbellino rutinario del que parecía conformarse, del que quería ser parte, lamentablemente. Soñó con una muerte el día anterior. Decidió que era hora de volver a casa.

''te parece que el amor tiene esa forma?''

Una vez mas me encontraba parado en compañía de una noble soledad que me enseñaba a ser. Fumaba una pipa de madera (con un tabaco similar al Virginia pero más natural)sentado en la lomita, jugando los pies con los adoquines casi desprolijos. Esperaba que la respuesta pase por ahí sin mucha prisa y con ganas de charlar. Me troné los dedos del nerviosismo y me acomodé esa especie de sombrero que cubría mi cabeza. Pasó un gato negro por el frente del Neigwrish Forest (donde se encuentra hoy la Maison Guarderrer) y murmulló un búho erizando cada rama del arce donde se posaba. Escupí lejos y miré al horizonte mordiendo mis dientes con mis dientes, intentando pensar un chiste de consuelo, o llorar recordando la verdad. Me incorporé en mis dos pies con ciertas curvas achuecadas hacia dentro, seguidos de dos piernas circunflexas y serpenteantes. Charlé con Huemu y me preguntó: ''te parece que el amor tiene esa forma?'' Le contesté con una risa cortada y llena de aire que ''no es un si ni un no''.

jueves, 11 de julio de 2013

Burzaco

Para mi Burzaco eran calles de tierra y perros reos y sucios. Un par de charcos y bolsas de tela de señoras cuadrillé y pucho. Eran dos o tres casas y no muchas más de fondo. Eran la abuela y la tía abuela con las cartas de chinchón y Terma, rezando antes de que me duerma en el cuartito sepia, con una bombita chueca que colgaba del techo de la pared, que tenía una ele mayúscula de humedad. Había un tipo, Cacho, que no se bien si era un peón, o un marido, o un abuelo. La pileta de Teresa con los cositos verdes flotando, y un perro que se dormía moribundo como un rino sin marfil, en el pedal de la Singer donde cocía la Mija, la menor. Era todo tierra sucia, porque a cada rato al baño para lavarse las manos por el cólera, y todos los microbios que andaban en la cabeza de Tadeo, y su papá que lo tironeaba de la oreja en cada mala palabra. El Michi que le comía la comida al conejo. Antes se había comido a la coneja. Todo eran pilarcitos de cemento que formaban las grandes ruinas, que formaban aventuras, que formaban un reto de la tía abuela, porque si corría mucho me agarraba la alergia a la transpiración. Compraban una gaseosa de botella verde, de vidrio, con gusto a jugo de lima, pero con gas. Pero eso era Burzaco. Ahora es un puntito en un mapa, nomás.

imágenes

Las cosas no son tan así, Mario. Tenés que desapegarte de esa puta imagen. Si, no es más que eso, una imagen de farolitos turbios y taconazos en falso. No te entregás, Mario, no sé qué te pasa. Ni al mínimo filtreo de la gatita de la bicicleta. Porque sabés que si hubiera dicho que si, hubieras inventado el mejor de los pretextos. Sos hábil con eso, Mario. Qué pasa? Qué viejo ni viejo! Sabés lo que falta? Dejá de esperar oportunidades de espectros pasados y abrite. O no me dirás que también seguís hurgando en la memoria y marcando los días en la agenda para un tentempié de esquina de Barcelona, o ese sueño que de parisino tenía menos que Capital Federal. Imágenes, Mario. Vivís de imágenes. Ahí te ves, caminando solo otra vez entre la lluvia babosa del barrio. Y el olor a humedad que son tus frustraciones, tus anhelos vanos. Ahora andá y aceptá la invitación. Llevala al cine, o a comer, si sabés que tenés ganas. Fumate la noche entera, dibujale que vos sabés. Tenés de todo allá fuera, intentá. Te lo digo porque soy como tu ángel de los consejos, siempre me lo decís. Pero con esos aires qué esperás. Si, esperás. Seguís esperando.

viernes, 5 de julio de 2013

Bruno



Bruno se sentía cada vez mas perdido entre caseríos que jamás había visto en su vida. Se agazapaba a cada paso al piso. Sus extremidades le pesaban. Tenía la espalda embarrada así como también su pelo castaño chocolate. La gente lo miraba en su paso ligero y desesperado. Su mirada triste y algo lagañosa, no entendía lo que pasaba.
Unos muchachos lo asustaron en una de las esquinas intentando pegarle, pero corrió con todas sus fuerzas evadiendo a los vándalos, aunque una moto casi lo arrolla en pleno escape.
Los nervios le ganaban, la saliva se le espesaba  y sentía un frío extraño como de soledad de niño, como de pérdida.
Pasaron tres horas desde que decidió que estaba perdido pero a cada paso esperaba una y otra vez volver a encontrar algo familiar, que le diga que estaba cerca de casa.
Cerca del anochecer empezó a extrañar a los nenes. Lloró un rato en un rincón de un baldío y huyó de unas luces. Buscaba oscuridad para refugiarse.
La gente en todo el día había actuado indiferente, repulsiva, despectiva.
Bruno empezó a sentir hambre atrozmente, sufría. Un tipo que lo vio divagando por la azul noche de la negra calle lo invitó a pasar a su cuchitril. Le ofreció unos cuantos víveres que en boca de Bruno sabían cómo manjares pero no eran más que sobras.
Bruno agradecido aceptó con confianza la invitación del dueño del lugar para quedarse a dormir.
La mañana llegó y el buen hombre le ofreció hospedaje nuevamente, pero Bruno se negó y con señales de afecto le hizo saber al tipo lo buena que fue la comida y cuanto había ayudado ese catre viejo.
Corrió alarmado pero con una energía de esas que brindan los pensamientos positivos. Le dolía una de las piernas que se había lastimado en el baldío la noche pasada.
Cuando quiso subir a un colectivo lo rechazaron; sin dinero nadie sube, y aparte sus trazas no ayudaban en nada.
De repente cuando descansaba bajo un liquidámbar vislumbró la cara conocida del sodero del Barrio. Trotó a su encuentro y se fundieron en un abrazo como de cuentos. El sodero lo invitó a subir a la camioneta verde agua y se dirigieron a la casa de Bruno.
Cuando llegaron a destino los nenes fueron los primeros en recibir a Bruno. Analía le resongó la escapada pero lo abrazó con fuerza de amor.
Los nenes y Victorita, la vecinita, bañaron a Bruno con las mangueras tricolores del fondo de lo de Don Braulio. Bruno nunca se portaba tan bien en sus baños. Bruno se sentía feliz de estar en casa.

lunes, 1 de julio de 2013

Escena del beso



Al principio me costaba verla besándose con otro tipo, pero bueno, era su trabajo; en la actuación te puede tocar representar cualquier situación, y un beso no es la excepción.
Al principio me gustaba ir a verla actuar. Siempre que podía hacía un huequito en mi agenda. Ella reconoce el esfuerzo de sus seres queridos que la van a ver, que se alegran de que ella disfrute haciendo lo que ama. Y yo, por supuesto, amaba verla disfrutando.
El disgusto que me llevaba por el beso con el actor hizo que de a poco vaya esquivando algunas funciones. Al segundo mes en cartelera ya  la iba a ver sólo los viernes.
Mi mal trago es justificado por varias razones: el actor que la besa es de cuarta; no le creí en ninguna función, en ningún instante. Era una especie de títere tartamudo que gesticulaba hasta para llorar, y eso, es desperdiciar a una delicia de actriz.
Otra cosa que me da tremenda rabia es que justo el que la besa es el único heterosexual de toda la obra ¡Y que se yo! Mil razones mas hay. Pero es lo de ella… si hasta nombre de actriz tiene; el destino parece haberle dicho: ‘’Marilyn, tenés que estar sobre las tablas, ese es tu lugar’’. Y lo hace de maravilla. Prohibirle ese beso con el idiota sería destruir un pedacito de su arte. Como si ella me dijera a mí que no le gusta que pinte mis cuadros con el color azul. Y el azul es tan fundamental como ese maldito beso.
A propósito, ya estoy terminando su cuarto retrato, pero nunca iguala al original.
Cada viernes era más penoso, y hasta la escena del beso parecía prolongarse como para desatar mi regaño. Pero nunca le dije nada, no me atreví.
La obra se extendió por dos meses más. Por el éxito taquillero. Dos meses más para que la gente pueda deslumbrarse, no sólo con la belleza de sus 154 centímetros, ni de esos ojos que devoran todo, ni de su boca perfectamente dibujada, sino también de sus dotes (actorales, claro está) arriba del escenario.
Un viernes me senté en la segunda fila. Ya no le sacaba tantas fotos; las memorias de mi cámara no daban a vasto.
Todo transcurrió totalmente normal; el deceso de Wigan, la muerte de Petrov, la pelea entre Kalenko y Dimitri, la canción de Vezna y claro, el beso de Misia Judith con Felancio.
Esta vez no me pude contener. No pude disimular mi ira y me impulsé de la butaca eyectado por el fastidio. Salí de la sala refunfuñando en total silencio. Tragando amargura esperé en el foyer con una copa de champagne en la mano. Los mozos ya me conocían.
Oí los aplausos y las ovaciones finales, y ahí me decidí a decírselo, ya era hora.
Calculando cada movimiento subí al ascensor hasta el 3er piso, camarines.
Marilyn Petit en letras doradas, claro. Ni golpeé la puerta y entré directamente. Estaba con una enagüita que le quedaba pintada.
Al principio, se sorprendió al verme. Se lo dije de golpe y muy claro: que basta de besos con ese inútil, que ella me pertenecía, que los besos más dulces y sinceros iban a ser sólo conmigo.
Gritó con todas sus fuerzas en un alarido angelicalmente afinado.
Entró un tipo robusto y me asestó una tremenda piña en el estómago continuando con patadas mientras yo yacía en el piso.
Marilyn tuvo el divino gesto de pedirle que se detenga.
El tipo era su marido, aunque bien podría haber sido su guardaespaldas, porque cada golpe fue tan atinado como fulminante.
Fue una lástima haberla conocido de esa manera tan abrupta, tan impulsiva, ciega.  Pero los fanáticos somos un poco así, ella lo sabe; en una nota con la revista Tertulias, del mes de Mayo, contaba al entrevistador de cómo la asediaban constantemente los fans.
Efectivamente, esas noche terminé en la comisaría, y pese a que la orden judicial me impide acercarme a ella por unos cuantos metros, ya no me dan tantas ganas de ir a verla.
A no ser que en su próxima obra no acepte un papel donde tenga que besar a alguien.

viernes, 28 de junio de 2013

Bocadillo

Estar tan lleno de palabras y no escupirlas puede devenir en una muerte mental tan drástica como irreversible.

miércoles, 26 de junio de 2013

Tiempo



La ciencia explica, a través del físico holandés Van Wijk, los vórtices temporales como concatenaciones de fenómenos moleculares posibles por la fusión de cadenas simples atómicas en constante movimiento, producido por energía constante en un eje estable a una velocidad mayor a la de la luz. El postulado expone que el movimiento temporal de materia efectuado podría asemejarse al desplazamiento de un micrón de segundo por cada 0,03 aliones de masa en un microcosmo aislado de gases nobles.
Los filósofos Ayerra, Castro y Díaz, en España, sostienen desde la lógica Feltriana que los viajes en el tiempo son posibles en un plano emocional elevado de un individuo preparado espiritualmente, adosado a variables tremúlicas (voz castellana), tomando el modismo germano zeit-Geist  y aplicándolo en conceptos amplios como ‘arte’, donde concluyen la teoría con una alegórica transposición de unidades trascendentes a través de las eras.
Algunas religiones antiguas como la de las sociedades mesócritas, predecesoras del Islam, atribuyen a sus divinidades (Maer y Zugais, por ejemplo) propiedades físicas de transfiguración y teletransportación temporal.
Sin ir más lejos, el expulsado teólogo franciscano, Adir Muschtein, alude la supuesta resurrección de Jesucristo a un episodio de transpolación temporo-espacial, en el que traslada su cuerpo antes de su muerte en un elípsis sincrónico que lo hace aparecer luego en el mundo de los vivos.
En 1996, Olga Nawrocki, empleada de ventas de una cadena de fabricantes de electrodomésticos, hija de inmigrantes polacos, pasea sus cinco perros (Baute y Mesías sueltos; Sultán, Mérida y Plisé con correa) y maldice a un conductor ausente de un auto mal estacionado en la esquina de Moldes y Rivera.
Metros después pestañaba con fuerza y al abrir sus ojos era un esclavo malayo en algún desierto africano, que despertaba de un extrañísimo sueño de una mujer de cabellos de oro que arriaba pequeños animales peludos en un raro mundo de pirámides rectas, repletas de ventanas, y luces como las del sol que salían de todos lados, incluso de fantásticos bólidos metálicos que llevaban gente dentro. Así se relativizaba toda teoría a la experiencia no registrada.