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sábado, 31 de agosto de 2013
Marinna
Cuando Astor conoció a Marinna ella todavía limpiaba su mierda por debajo de su nariz. Se cruzaron casi en la amada esquina de St James y Lovdanha. Intercambiaron miradas perdidas que transpasaron unidas a sus andares, y unos pasos después voltearon en un unísono tambaleante que terminó en una inercia de colchones en el piso y ron.
Marinna flotaba en las sábanas sucias de Astor que cambiaba el disco a uno de Kusturica y luego a Gogol Bordhelo, y después a la radio.
Hicieron el amor incansablemente entre arena de la ventana del balcón y los cristales dulces de Marinna que proporcionaban un pintoresco temblequeo al acto.
Fueron cinco noches seguidas y muy parecidas. Marinna aparecía de negro en el departamento de Astor, con la mirada cada vez más blanca y eufórica. Miraron viejas peleas de boxeo y fumaron unos negros del Mercadito Bouvelier.
Las pocas veces que cruzaban palabras era para relajar las lenguas y para calentar un poco los sesos.
El sexo era una picazón insesante y desesperada y cada vez terminaban más agitados y muertos. Cada vez más muertos.
Era violento.
A la sexta noche Marinna no apareció nunca más. De ninguna manera.
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