miércoles, 26 de junio de 2013

Tiempo



La ciencia explica, a través del físico holandés Van Wijk, los vórtices temporales como concatenaciones de fenómenos moleculares posibles por la fusión de cadenas simples atómicas en constante movimiento, producido por energía constante en un eje estable a una velocidad mayor a la de la luz. El postulado expone que el movimiento temporal de materia efectuado podría asemejarse al desplazamiento de un micrón de segundo por cada 0,03 aliones de masa en un microcosmo aislado de gases nobles.
Los filósofos Ayerra, Castro y Díaz, en España, sostienen desde la lógica Feltriana que los viajes en el tiempo son posibles en un plano emocional elevado de un individuo preparado espiritualmente, adosado a variables tremúlicas (voz castellana), tomando el modismo germano zeit-Geist  y aplicándolo en conceptos amplios como ‘arte’, donde concluyen la teoría con una alegórica transposición de unidades trascendentes a través de las eras.
Algunas religiones antiguas como la de las sociedades mesócritas, predecesoras del Islam, atribuyen a sus divinidades (Maer y Zugais, por ejemplo) propiedades físicas de transfiguración y teletransportación temporal.
Sin ir más lejos, el expulsado teólogo franciscano, Adir Muschtein, alude la supuesta resurrección de Jesucristo a un episodio de transpolación temporo-espacial, en el que traslada su cuerpo antes de su muerte en un elípsis sincrónico que lo hace aparecer luego en el mundo de los vivos.
En 1996, Olga Nawrocki, empleada de ventas de una cadena de fabricantes de electrodomésticos, hija de inmigrantes polacos, pasea sus cinco perros (Baute y Mesías sueltos; Sultán, Mérida y Plisé con correa) y maldice a un conductor ausente de un auto mal estacionado en la esquina de Moldes y Rivera.
Metros después pestañaba con fuerza y al abrir sus ojos era un esclavo malayo en algún desierto africano, que despertaba de un extrañísimo sueño de una mujer de cabellos de oro que arriaba pequeños animales peludos en un raro mundo de pirámides rectas, repletas de ventanas, y luces como las del sol que salían de todos lados, incluso de fantásticos bólidos metálicos que llevaban gente dentro. Así se relativizaba toda teoría a la experiencia no registrada.

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