lunes, 10 de junio de 2013

Maestro


Al Maestro Francisco Javier Aguirre.

Siempre me sedujo más, en términos de afinidad, la denominación de Maestro por sobre la de profesor. Será que la última se asemeja a la de título académico (cosa a la que escapo), y que un Maestro da un legado más allá de eso.
Los maestros y sus enseñanzas de vida; trillado pero válido. La medición es la sabiduría y lo humano de esa gran persona. Y no puedo evitar el recuerdo de algún sensei de mis lecturas, o algún sabio filósofo helénico y sus discípulos aprendices.
Hablo desde el lugar de las personas que nos sentimos tales por pertenecer a ese grupo selecto de poseer al menos un Maestro. En verdad todos tenemos un Maestro en la vida, a veces sin darnos cuenta.
Mi Maestro fue un minucioso forjador de mi casi obsesiva ortografía. El mago que nos desplegaba un arco iris de matices infinitos en cada página de cuento que nos leía, en cada verso que nos obsequiaba. Eran verdaderas lecciones de semántica, de valores, de sintaxis y humanidad.
Era un poeta delicioso en un mundo de toscos canchereos, y él con su caballerosidad de antaño se sublevaba a toda la moderna ola de exabruptos y de irrespetuosidades. Un estratega de homónimos, un detallista humilde y simple. Un canto a la constancia y la paciencia, y una sonrisa compartida.
Nunca fui de los aduladores, tal vez, no de los que se acercaban a su pupitre a decirle cuánto lo apreciaban. Quizás por gajes de mi edad, o por tonta timidez, o vergüenza al que dirán de los crueles niños que éramos.
Pero ahora de grande, de sensible llorón de rincones de cines, de completo entregador de verdades, de angustias de devorador de libros, me atrevo a devolver todo el cariño y ese gran oficio de persona en una gran explosión de admiración, en forma de letras.
Al gran Maestro que fue, es y será. ¡Gracias!

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