lunes, 10 de junio de 2013

Tango y sirenas



‘’Tenía aquella casa no sé que suave encanto en la belleza humilde del patio colonial.
Cubierta en el verano por el florido manto que hilaban las glicinas, la parra y el rosal.’’
Fragmento del Tango ’Marioneta’.

Por la tarde noche, Corchea y Astor, corretearon agitados por los alrededores del Conventillo de Libertad y Córdoba entre grescas y milongas, entre chamuyos y piripipí.
Patearon déle taconazo y firulete desde Paseo de Julio a Villa Crespo y bajaron al Abasto para buscar a la Griega que esperaba impaciente entre el frío y el aburrimiento de la noche que caía sobre los caseríos de Gallo.
Buscaron alguna cueva como para donde caer. El bodegón de Guarda Vieja estaba repleto de manyines y paicas pesadas, y algún que otro compadrito que se la daba de guapo por estrenar navaja.
La espera para entrar al bodegón, en el empedrado, fue tomada como falta de respeto por los tres amigos. Astor tiró la piedra al vitró de encima de la puerta y volteando algunas bicicletas que habían anclado los clientes a unos fierros de la vereda salieron disparando en busca de otro lugar.
Se dieron luego de andar errantes, con el bar de la Sanata; cantina presumida y ociosa con música a todo trapo y los músicos que ya llegaban. Se acomodaron los tres en una mesa de cuatro atendidos por una flaca jirafona a la que Astor le echó el ojo, y juró por santos paganos que si tuviera oportunidad le hincaría los dientes, nomás.
La Griega sacó de su mariconera (especie de morral de cuero) un enorme tomo de innumerables hojas que nunca llegaban a terminar su tesis. Trabajan en conjunto con Corchea sobre fenómenos de biología marina y evolución.
¡Haberlas visto! Cuando una se cansaba de exponer las convincentes teorías que habían elaborado, la otra continuaba con una finura exquisita que parecía una sola voz. Era un lujo escucharlas en tanto esmero. Rebasaban de entusiasmo en la descripción de esos bichos.
Y Astor metía algún bocadillo inseguro, dando esos datos inútiles que sólo el sabe, esos que se olvidan al dar vuelta la página.
Las tipas eran un relojito; Tiki Tiki, bla-bla, y una lección de sirenas. La mesita de al lado del ventanal era rodeada por algunos chusmas que también querían oír. No todo el mundo sabe de sirenas como estas chicas, y menos con tan creíbles alegatos, con tanta prueba en su haber, con tanto rigor científico.
La banda subió al pedestal con una soberbia digna. Un viejo a la voz acompañando el punteo de su guitarra, un barbudo pelilargo al bandoneón que dibujaba unos gestos ridículos en cada soplido del fuelle, y un malevo de ley a la guitarra rasgueando, con una cara de sombras largas y un engominado tirante y parejo.
Los tres amigos en la mesa dando cátedra; las migraciones conjuntas de las sirenas y los cetáceos, vídeos explicativos y testimonios un tanto aterradores. Los allegados ya se mareaban de tanto parlamento entre vino y vino. Cabeceaban dormitando y un repiquetear de alguna nota iracunda los confundía en ‘’por una cabeza’’ y algún dato curioso sobre la columna de los tritones y las necesidades de los simios acuáticos.
Era todo fiesta. La mesa principal de los mafiosos del Tango nuevo y los aplausos recorrían el boliche.
El único momento en que las muchachas de las sirenas profirieron un respetuoso silencio fue en el que empezó a sonar el tango que Astor siempre cantaba; el de la Abuela en el patio, bajo la viña.
Las amigas lo miraban enternecerse en cada estrofa y apasionarse en el estribillo.
Lo que se dice vale si se escucha, decía siempre Astor. Y los tres escucharon de principio a fin esa canción, para poder seguir después deliberando sobre sirenas y firuletes.






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