viernes, 5 de julio de 2013

Bruno



Bruno se sentía cada vez mas perdido entre caseríos que jamás había visto en su vida. Se agazapaba a cada paso al piso. Sus extremidades le pesaban. Tenía la espalda embarrada así como también su pelo castaño chocolate. La gente lo miraba en su paso ligero y desesperado. Su mirada triste y algo lagañosa, no entendía lo que pasaba.
Unos muchachos lo asustaron en una de las esquinas intentando pegarle, pero corrió con todas sus fuerzas evadiendo a los vándalos, aunque una moto casi lo arrolla en pleno escape.
Los nervios le ganaban, la saliva se le espesaba  y sentía un frío extraño como de soledad de niño, como de pérdida.
Pasaron tres horas desde que decidió que estaba perdido pero a cada paso esperaba una y otra vez volver a encontrar algo familiar, que le diga que estaba cerca de casa.
Cerca del anochecer empezó a extrañar a los nenes. Lloró un rato en un rincón de un baldío y huyó de unas luces. Buscaba oscuridad para refugiarse.
La gente en todo el día había actuado indiferente, repulsiva, despectiva.
Bruno empezó a sentir hambre atrozmente, sufría. Un tipo que lo vio divagando por la azul noche de la negra calle lo invitó a pasar a su cuchitril. Le ofreció unos cuantos víveres que en boca de Bruno sabían cómo manjares pero no eran más que sobras.
Bruno agradecido aceptó con confianza la invitación del dueño del lugar para quedarse a dormir.
La mañana llegó y el buen hombre le ofreció hospedaje nuevamente, pero Bruno se negó y con señales de afecto le hizo saber al tipo lo buena que fue la comida y cuanto había ayudado ese catre viejo.
Corrió alarmado pero con una energía de esas que brindan los pensamientos positivos. Le dolía una de las piernas que se había lastimado en el baldío la noche pasada.
Cuando quiso subir a un colectivo lo rechazaron; sin dinero nadie sube, y aparte sus trazas no ayudaban en nada.
De repente cuando descansaba bajo un liquidámbar vislumbró la cara conocida del sodero del Barrio. Trotó a su encuentro y se fundieron en un abrazo como de cuentos. El sodero lo invitó a subir a la camioneta verde agua y se dirigieron a la casa de Bruno.
Cuando llegaron a destino los nenes fueron los primeros en recibir a Bruno. Analía le resongó la escapada pero lo abrazó con fuerza de amor.
Los nenes y Victorita, la vecinita, bañaron a Bruno con las mangueras tricolores del fondo de lo de Don Braulio. Bruno nunca se portaba tan bien en sus baños. Bruno se sentía feliz de estar en casa.

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