jueves, 11 de julio de 2013

Burzaco

Para mi Burzaco eran calles de tierra y perros reos y sucios. Un par de charcos y bolsas de tela de señoras cuadrillé y pucho. Eran dos o tres casas y no muchas más de fondo. Eran la abuela y la tía abuela con las cartas de chinchón y Terma, rezando antes de que me duerma en el cuartito sepia, con una bombita chueca que colgaba del techo de la pared, que tenía una ele mayúscula de humedad. Había un tipo, Cacho, que no se bien si era un peón, o un marido, o un abuelo. La pileta de Teresa con los cositos verdes flotando, y un perro que se dormía moribundo como un rino sin marfil, en el pedal de la Singer donde cocía la Mija, la menor. Era todo tierra sucia, porque a cada rato al baño para lavarse las manos por el cólera, y todos los microbios que andaban en la cabeza de Tadeo, y su papá que lo tironeaba de la oreja en cada mala palabra. El Michi que le comía la comida al conejo. Antes se había comido a la coneja. Todo eran pilarcitos de cemento que formaban las grandes ruinas, que formaban aventuras, que formaban un reto de la tía abuela, porque si corría mucho me agarraba la alergia a la transpiración. Compraban una gaseosa de botella verde, de vidrio, con gusto a jugo de lima, pero con gas. Pero eso era Burzaco. Ahora es un puntito en un mapa, nomás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario