martes, 20 de mayo de 2014

El martirio de usar paraguas

Charlábamos una tarde con Astor, espresso con grappa de por medio, sobre las diferentes dificultades que acarrea un paraguas, sobre las características de los portadores y las diferentes alternativas que pueden evitar su uso, entre otras cosas.
Primero señalar que uparaguas es un objeto para protegerse de la lluvia. Está formado por una superficie cóncava desplegable, normalmente de tela impermeable o plástico, sujeta a una estructura de varillas dispuestas alrededor de un eje central rematado en uno de sus extremos por una contera que le sirve de apoyo, y por el otro lado terminado en un mango o puño, adecuado para llevarlo con una mano. El ingenio compuesto por rayos y varillas permite cerrarlo cuando no llueve y/o guardarlo en un lugar protegido. Un paraguas clásico cerrado puede servir de bastón; no así, por su corto tamaño, la versión "de bolsillo", que tiene varillas que se pliegan por dos o más sitios, más cómodo para guardarlo cuando no llueve. No confundirlo con sombrillas ni parasoles que son otros inventos tan ingratos e innobles como éste.
Convenimos con Astor que los días de lluvia son hermosos. Nada mejor que dejarse atrapar por las gotas e internarse en la ciudad por caminos inconclusos y desconocidos.

Ahora bien; ir al trabajo (rasgo social casi ineludible) y llegar a la oficina con los pies mojados y la ropa empapada no es nada agradable para los androides que somos. 
Se podría bien tener ciertas precauciones como llevar un bolso con ropa de recambio, o llevar botas y pilotines. Salta el bando conservador con sus sones y corifeos: ''Pero qué ridiculez. Mejor a quejarse. '' Y peor aún, ''llevemos el paraguas.''
Bien, si. El paraguas para el agua (la deteiene), pero tampoco es un elemento eficazmente perfecto, hay que desmitificar al bobo y, ahí es donde entran en juego las contras; una lluvia lateral moja al usuario por mas que lleve el paraguas, y ésta es la menos rebuscada de las desventajas y, por ende, única apreciación que haremos.
Ahora una temática primordial; el usuario o portador de paraguas. 
Concluimos, sin ninguna fundamentación, que casi siempre son personas grises, temerosas, inseguras, estructuradas, conservadoras y todos los defectos que se nos dé la gana, porque sinceramente los odiamos.
El usuario suele ser torpe en los movimientos, y ayudado por el bobo, disminuye su visión, lo que lo hace aislarse más aún en su individualidad y proferir golpes, puntazos y otras agresiones a los amantes de la lluvia cruda.
Existe también el usuario no caritativo que reposa bajo un techo y no deja pasar al que viene desprotegido, o los que vienen caminando frente a uno y no salen debajo del refugio ni con el bobo puesto.
Los usuarios mojadores, que tambalean el bobo a los lados y desperdigan la reserva de agua que reposa en la superficie cóncava desplegable sobre los amantes de la lluvia y odiadores de paraguas.
Créannos que parecieran calcular la manera exacta de ejecutar su cometido y que tuvieran el olfato suficiente para rastrear a los que odiamos los paraguas.

Ciertos usuarios suben al transporte público con su bobo cerrado y colgando, chorreando agua muerta (la que toca el paraguas, porque el agua tampoco quiere caer sobre ellos) que salpica y humedece los pies, bolsos, y otros objetos que las personas comunes llevamos con total desinterés y sin ganas de que sean mojados.
Así la ciudad en los días de lluvia se llena de grandes hongos florecientes que tienen hombres por pedúnculos, y eso no es nada hermoso (esto va para el señor que observó eso desde el balcón de su casa en París y se dispuso a exponerlo como poético desde la comodidad del no ser parte).
Astor y yo pensamos seriamente en crear el club de los antiparaguas o alguna estupidez parecida que nunca llevaremos a cabo, y esperaremos que Dios se apiade de aquellos usuarios que nada saben de lluvia.

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