martes, 13 de mayo de 2014

Gemelos

Era una sensación de frío y amarillo lo que persistía constante en el ambiente. Algún pespunte de cobre y fondo de alambrados de algún sueño anterior.
Llegaba convencidamente descalzo al foro, donde la luna parecía esconderse entre el volcán y una nube púrpura. Prácticamente era obvio que tenía que entrar en la catacumba; cuestión de sentido común y minutos apurados.
Un poco agachado y con la luz ambar que achinaba sus ojos, cambió la mano con la que palpaba la semioscuridad inmediata de los metros de adelante. El olor a tierra persistía junto a la humedad y unos goteos...plic-plic-plic, etc.
En un momento de trayecto donde aquejó la  penumbra, le pareció luchar con unas malezas un poco cortantes, pero, imposible, si estabaenlacatacumba, y unamaleza, quélocurapensareso.
Minutos después sentía que estaba llegando al lugar al que tenía que llegar, pero que desconocía rotundamente. Esas cosas de los sueños y la vida; uno nunca sabe, pero tiene ciertas certezas de cajón, o corazonadas dulces como la florcita de azúcar que robás de la torta de comunión de tu prima.
Lo que más le molestaba de la oscuridad era la desaparición inminente de su sombra, cosa que lo hacía sentirse solo, y un poco vacío. Y mirá que la soledad era lo que pensaba que buscaba, pero bueno, no era el momento del análisis psicológico del tipo.
En los momentos que la luz ambar volvía, él sonreía. Y le parecía tan ridículo sonreír a la nada.
Pero la sombra lo acompañaba y entonces se creía completo, o un cuarto completo, o alguna fracción compleja que lo hacía creerse menos vacío. Pero no era el momento del análisis matemático del alma del tipo, y juro que dejaré de usar el recurso de la repetición, que ya me tiene hasta acá.
Recuerdo aquel profesor de gramática que nos enseñó el recurso de la repetición en la métrica poética, y la fascinación que se engendraba en mi por el recurso de la repetición. Gran recurso el recurso de la repetición. Insisto que me fascinaba, no se por qué.
Era una sensación de frío y amarillo lo que persistía constante en el ambiente, y por fin, después de un serpenteante sendero a hurtadillas y cuclillas, todo se volvía nítido al sentido visual.
El templo era imponente; seguramente se harían ritos espiritistas bastante sangrientos, por las manchas en las paredes que estimo que eran blancas, pero que estaban empapadas de la luz ambar ya mencionada, y salpicada de manchas ocre rojizas, que por deducción experimental eran sangre.
Sintió una cosquilla extraña en el vientre, o quizás una electricidad.
El altar era imponentemente luminoso, y ella estaba tan quieta como una estatua de Pompei, petrificada ante la llegada del extraño.
No se cuán extraños eran, ellos tampoco lo sabían. Sabían que se conocían, y lo sentían por una incómoda caricia en el pecho que los tentaba a acercarse y explotar en una fusión de pesos y otros condimentos metafísicos.
Quizás eran parte de lo mismo; una esencia que. El ying y el yang. Serbia y Montenegro. Mitades del mismo fruto. Mitosis.
Él caminó con frío por el sendero que se proyectaba como una extensión de la catacumba hasta el altar. Se acomodaba la túnica que se le metía entre las piernas como la cola de un perro asustado.  La miraba fijo a unos ojos inexistentes de un cuerpo inerte que parecía vivo y muerto a la vez.
Ella estaba con su cuerpo rígido y pacífico, con su cabello rubio que le tapaba las orejas, y un vestido blanco (blanco amarillento, por supuesto) que le dejaba ver los hombros que ella tanto quería.
Ella estaba viva; en paz pero no sedentaria. Con una desambiguación sideral, temas de viajar a otras galaxias y sumergirse en nebulosas negras y oscuras; vencer los miedos y cortarse los dedos con algún alambrado del sueño de él, o de la realidad de alguien mas. Encontrar besos extraños en bocas sanadoras y sangre infectada que desaparece con el agua que deja fluir, que limpia, que hace flotar. Que hace flotar.
Cuando él llega frente a ella, pueden mirarse, encontrarse como quien encuentra su cuerpo en un espejo clarividente, una proyección exhausta de nimidades, de características compartidas y de las hermosas casualidades. Se ataron los ojos bajo un velo de piedad mutua, de perdón con llantos internos.
Se miraron y se entendieron perfectamente.
Ella le dió el papiro. Él la miró. Ella lo miró. Nunca hablaron. Siempre supieron lo que se decían.
Con un miedo aún mas grande que antes, y con el papiro en sus manos, él salió del templo con la consigna segura y el dato que necesitaba. La catacumba estaba tétrica. Era una sensación de frío y amarillo lo que persistía constante en el ambiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario