sábado, 30 de abril de 2016

Juego

Siempre vamos a terminar encontrándonos en los espejos. Vamos a jugar al choque de los cuerpos, a las esculturas, a los encastres. No podemos evitar cosernos las pieles y tironear fuerte, buscar el fuego a través de la fricción, generar la amnesia de la impunidad y sonreír; sobre todo sonreír. ¿Y sino para qué jugar?
Si nuestro juego es el perdernos y encontrarnos constante en la calles del Centro o en el tiempo que nos tomamos en contar... Uno, dos, tres, cuatro, ¡Listo! Si no te escondiste te embromás y si vale perrito guardián porque las situaciones lo ameritan y hay que estar con mil ojos, sino te desayunan.
Y lo bueno es que no paramos de jugar. No sólo a esa eterna escondida que nos permitimos desde hace rato sino a los juegos primitivos. Dibujarte cosas en la cara, caerme con el dedo en las concavidades de tu cara. Cómo me gusta dibujarte y mirarte a los ojos que te estallan de sonrisa y me dicen que en ese instante no pedís más que eso. Porque no somos tan exigentes. Nos conformamos con nuestros cuerpos jugando en los escalones fríos o en la alfombra, en las risas armónicas o en las palabras que son excusas para que me rezongues el pelo o lo viejo que estoy, o mentirte que sos hermosa cuando en realidad lo sos pero me quedo corto.
Y siempre nos quedamos con ganas de jugar más pero hay que volver a casa, hacer los deberes, cuidar las cosas de uno. Hay que adecuarse a las reglas.
Para la próxima procuremos tener nuestras comidas a horas mas decentes y que lo lúdico dure más que los recreos que nos tomamos. ¿Será posible que odiemos los recreos? Escondete que terminé de contar...de nuevo.

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