viernes, 9 de noviembre de 2012

Flor a flor...

Así como sus amigas tenían sus deudas pendientes y tachaban de una lista amarillenta y percudida nombres propios de varón, Astor tenía muy pocas deudas. Una de ellas era mandarle un tupido ramo de fresias a Humboldt al 400 y algo, allá por el piso doce y algo. Porque él insistía en Villa Crespo en el fondo de sus ganas y pese a que la bolilla nunca caía ni siquiera en su color, tenía una fe ciega, casi absurda, en que el amor estaba ahí; en ese metro 50 y tanto de pura suavidad, de fragancia de arte y mate, de miradas perdidas medio bizcas y sensuales, de vocecitas testarudas y caricias plenas, de mucho mas que eso. El amor creía él, capaz estaba erradísimo, estaba en ese monumento a la belleza máxima (para él) y a la imprudencia. A lo impulsivo. Mojado, más que empapado, se acercó a la florería que está pegada a la estación Chacarita y compró cientas de las tan nombradas fresias. Estaba a dos cuadras de la dichosa, pero no. Flor a flor, pétalo por pétalo los tiró uno por uno desde el balcón de su casa de ahí, cerca de Villa Urquiza. Hasta el infinito vacío que trazaba la pared hasta el techo de chapa del geriátrico que se teñía de colores entre lo que Astor arrojaba y ese diluvio. Fue una foto excelente!

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