Me
indicabas los planos en los que debía hacer no se que cosa en el
enfoque de un ángulo que no veía, porque mi enfoque era otro.
Confundía matiz y matriz, y las risas se elevaban en delicada armonía.
Tirábamos las cámaras en el pasto y dedicabas toda la tarde a ser esa simpleza de
primavera de mayo. Te acaracolabas en un vórtice témporo-espacial en el
que caía sin quejas, con gusto, y olores.
Me acomodabas la mano en el lomo, oprimías mi dedo en el gatillo de tu
máquina ,y delicadamente, me enseñabas cómo era mejor hacerlo.
Todas eran fotos, a cada momento en una vereda, un limón, unas botas, un
terciopelo de piel, un pelo, una flor amarilla, un agudo.
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