lunes, 7 de enero de 2013

descanso Tulumba

El viento de las arboledas creaba un clima de oasis comparado con la caldosa ciudad capital. El remanso se extendía entre mangos, guayabas y pomelos, limones, naranjas y bananas, y hasta caquis. Era como un manual de cómo sentirse más porteño que nunca; a cada paso un hormiguero abusivo o una hortiga en los brutos pies, o algún zángano hostil, casi risueño. Era una mezcla de fascinante regocijo melancólico y exhaustivo pánico, horroroso. Entre los perros las risas de la Charito; y encontró el cadáver del tercer can nomás. Ese era el olor nauseabundo! J.M. que robaba higos y el perro enano que hacía lo propio con su ojota. La pileta chorreaba bichos, pero refrescaba con una inmensa bocanada de aromas, de marea, de recuerdos de la abuela y la tía Muñeca, a la vera del agua y diapositivas de infancia en sus charlas. Y yo, con la kinestésica memoria echándome unas cuantas brazadas de un crawl forzado y sacando la cabeza del agua con la tremenda fortuna de toparme nariz con nariz con un alacrán rubio. Nariz con aguijón, flotaba casi muerto con cara de reciente homicida, ponzoña pura. Todo oscilaba pendulante entre película de terror y hermoso diario familiar. La construcción antigua le daba ese toque colonial que en esos descuidados rincones me estremecía los pelos del brazo como aquella autopsia del extraterrestre que pasaban por telefe. El piso de la casa rodaba imperioso fusionando adobe y una argamasa indescriptible. Escupo un adjetivo, rasposa. Las paredes arrugadas y el olor a mazorca sin choclos alrededor; varitas y chapas en el techo, ventanales manchados y mucha paz por minutos. Lo más vistoso eran esos cuantos libros aislados en improvisadas bibliotecas que perfumaban con un polvo añejo cada habitación. En sus lomos se divisaban títulos de historia de la música y contabilidad de los costos entre otros. J.M. que contaba de los injertos en la parra con hojas de dalias, de semillas y otras tantas cosas que me hacen sentir ignorante y afortunado por poder seguir aprendiendo. Tantos recuerdos en esa "maison vitè" y en cada paso un relato sobre el tío Enrique, el progenitor del lugar que según ellos sonrie desde el cielo con los demas finados que la visitaban. No lograba desconectarme del todo, tampoco cesaban los bichos de hostigar las piernas. El celular se apagó a eso de las 11. El viento empezó a soplar mas intenso. Ya se habían ido la Charito, J.M. y Moni en el Kia pride que compró el abuelo Tati en Buenos Aires. Hasta el negrito, el cuidador, me dejó solo con las señoras. La noche caía en el remanso del descanso de Tolumba, la finca del tío Enrique, o como quieran llamarla. El arbolito de navidad mas tétrico que vi en mi vida apagaba y prendía sus luces proyectando las siluetas aún mas terroríficas. Yo seguía escribiendo en la vieja cama del tío, un catre de antaño rodeado de imágenes de santos y un cuadro de la selección francesa de rugby. Sentía miles de ojos observandome. La tía Muñeca y la abuela Dina dormían con la tele al máximo de su volumen. El descanso Tulumba mas relajante y sombrío que nunca con mi presencia. Y el apagón fue inminente.

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