miércoles, 23 de enero de 2013

una noche diferente

La convención de arquitectos a la que Astor había sido invitado en el tercer mes de estadía en la Isla se iba desvirtuando hasta el punto del ridículo merengue y la alegría del ron. Otra vez todo anhelo de seriedad o asentamiento de cabeza de Astor quedaría latente bajo la alfombra azulada de la fiesta descontrolada en el salón del viejo Hotel Pulpo Resort, un parador obligado para los latinos extranjeros de la Isla. Astor había llegado al lugar como un invitado indirecto, como esos terceros arqueros con suerte que convocan en los mundiales de futbol, o esas personas que no tienen las amígdalas criptadas como Astor, ni como yo. La cita llegó de boca en boca por un veloz mensaje de letras transpiradas del negro Polé, un nativo medio saltimbanqui que hacía las veces de cadete en el pueblito principal. ‘’El arquiteto Mavé lo ha invitao a la gran gala señól… frac y flor roja señól, y mucha prisa porque ia empieza’’ Tomó uno de los 6 taxis, un Kaiser Caravelle con radio local y Sambuca de arriba del joven conductor. Llegó a la puerta del hotel, tarde, y con aliento a incomodidad dijo su nombre lentamente remarcando las consonantes de su apellido. Astor, y el apellido… Axel J. Mavé, gran amigo de hace poco tiempo y compañero de ruta en el exilio laboral de Buenos Aires, lo esperaba en su acartonada pose y una sonrisa socarrona y verdadera, combinando su estilo estilizado con un abrazo intenso y gratificante. De esos que recuerdan cuanta confianza existía entre ellos. Astor recorría el pasillo principal observando la mayoría perturbadora que existía de hombres sobre mujeres. Contó sólo 8 damas en un paneo discreto y pocas agradables a la vista de un soltero, a toneladas de kilómetros de su hogar. Mavé le presentó a sus colegas amigos; uno barbado, otro risueño, y un tercero alto, que no despegaba la vista de su teléfono móvil aludiendo que una gran, pero gran cita lo esperaba a la salida de la gala. Los tentempiés fueron más que suficientes para sentir el estómago una roca y adentrarse a la barra en busca de aguardientes digestivas. Astor estaba en sus días, esos de completa observación. Sentía que no necesitaba decir mucho, ya que el nivel de charla e intelecto del grupo lo saciaba totalmente y hasta parecían abducirle frases de su mente. Estaba conforme y cómodo entre la hospitalaria conversación y la presencia de su compañero. Mavé era la persona que mas sobrestimaba a Astor. Casi en broma, casi en serio. Se sentían identificados en ciertos puntos, pero Astor creía mas en el lenguaje gestual y motor que en el minucioso uso de los vocablos, como el que promovía Mavé. Camino a la barra, el más alto del grupo, hijo del arquitecto del hotel, que se sentía dueño de casa, supo despegar su vista de la pantalla y divisó a una amiga. Una morocha de rasgos espartanos, como acertó Mavé en su descripción, con unos ojos color mar y un estilo desencajado al paisaje de la reunión. La mujer era pura simpatía. Astor quedó embelezado; la quería para Mavé aunque también le había generado cierta atracción. Sintió la tensión entre ella y su amigo desde el momento del saludo, y en cada palabra que jugaba en el aire hasta fusionarse con la del otro. Claro que Astor tenía su mente en la oficina y se sentía poco apto para charlar en exceso, y mucho menos para competir con nadie por una dama. Nunca lo ha hecho. Los cigarros pasaban como las horas, lentas y meditadas, y la lluvia tenue dejaba bajar los tequilas ante la intensa luna de la Isla, en el patio trasero. Las risas, los recuerdos, las estructuras y la importancia repentina del numeral; gajes de la época. Hashtag! Repetían incesantes. Astor era percepción pura y eso lo volvía feliz. Más que nada cuando Mavé ligó a la espartana; fue una premonición, fue una realidad… La noche terminó tarde, o mejor dicho temprano en la mañana de sábado, y el flaco tratando de encontrar a su gran, gran cita; una chica rellena (y aprecien mi bondad en la descripción). Todos se saludaron, incluso una chica que criaba caballos en las afueras del pueblo lindante. Así terminó la noche, una noche distinta. Lejos de la cama, Astor decidió volver caminando. Compró unas esencias aromáticas en un puestito madrugador, y con los pies descalzos emprendió la retirada hacia su habitación del centro de la Isla, tragando un humo seco y traslúcido que le sonreía. Imaginaba a Mavé y a la espartana alimentando sus deseos, pero mas que nada se regocijaba por lo que le esperaba de ese sábado que daba sus primeros pasos en una sintonía perfecta. En una respiración holotrópica, excitante, perfumada de rarezas.

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