viernes, 15 de marzo de 2013

La pensión

La organización en la pensión era casi una dictadura. La pseudodemocracia que jurábamos respetar con solemnidad se iba desvaneciendo en el día a día, en el hacer y el pensar. Como en casi toda exitosa estructura se trataba de una segmentación escalafonaria en forma de triángulo, y no hace falta que agregue qué significa eso. Los de arriba eran elegidos a dedo (una arcaica forma de elección que se llevaba a cabo cuando aún no existía la pensión) en reuniones que denominábamos Seulapios, en honor al apellido de uno de los primeros notables de la pensión que había fallecido por nobles causas hace unos años atrás en una playa del Caribe caro. En su mayoría éramos latinoamericanos pero no les gustaba que los llamen así (en esta posición no me les unía, pero me guardaba la opinión cobardemente, como tantas cosas). Había dos alemanes que siempre pululaban en lo más alto de la organización junto al tercer europeo que era un español, también rubio. Todos parecían admirar a los no latinoamericanos por el sólo hecho de ese azar geográfico de ser lo que eran (mis confidentes y yo les decíamos Extranjeros). Pero nada determinaba mejor lo que eran más que sus prácticas e ideologías. Creo que eso teníamos solamente en común, tener una ideología, pero no era la misma. La base de estamentos del triángulo eran en su mayoría jóvenes o gente que necesitaba trabajar, no sólo por una carencia monetaria sino por un afán de sentirse útil. Los demás integrantes de este subgrupo eran antiguos jefes venidos a bajo pero que no habían hecho lo suficiente como para ser expulsados de la pensión. Yo los catalogaba como los Excluidos, aunque los de arriba siempre promovían en sus discursos entre copas una unión e igualdad fraternal entre todos los integrantes. Éramos según esas palabras volátiles un grupo uniforme y pluralista. Los del sector medio del triángulo (era escaleno por si a alguien le sucumbe esa duda) éramos los principales mentores de ideas de progreso, pero rara vez se volvían políticas, siempre quedaban truncas, claro, por la falta de apoyo de los de arriba, que tenían más puntos de decisión a la hora de votar medidas en los Seulapios de puestos o los de normativas. Sólo eran ideas. El sector medio, a los que yo llamaba los Resistentes, éramos en mayoría jóvenes y no tan jóvenes con algún tipo de estudio, o acomodados por los de arriba, o gente intelectual y pensantes. Lo de pensantes es un poco insensato, mas que nada con los de abajo, pero qué se podía hacer, estaban las cosas así dadas y el aire de conformismo pregonaba en la mitad del triángulo. Las cosas en el exterior de la pensión estaban cada vez peor, y esa sensación negativa, que ya era una realidad, estaba plasmada en todos los aspectos. La incomunicación con el afuera era una de las constantes que más costaba sobrellevar. Recibíamos una subvención (si es que así se le dice al apoyo económico) del Gobierno Periférico Sur (GPS) que era una de las ramas del Gobierno Central Principal o GCP (más conocido como ex Gobierno Nacional desde que todo había caído) que dependía directamente del Imperio Madre. Los de la cima del triángulo, por desgracia eran viejos. Pero no de esos viejos que uno admira por sabios, sino de esos que ostentan un poder ficticio o heredado por antiguos cargos en el Senado del GCP o por codearse con gente del GPS. Si bien habíamos terminado en la pensión por diferentes causas y veníamos de diferentes ámbitos, la punta de la montaña se hacía dueña de las instalaciones pese a haber gente más apta en estamentos mas bajos. Pero ocurría hasta en los antiguos días. Es triste hablar del pasado en estos días. Es algo así como la muerte. Son las dos incertidumbres en esta vida. Desde que el Imperio cercó la Red Monetaria o Progresista (ex Internet) y luego de la quema de archivos, libros y registro histórico (que melancolía decir HISTORIA) no podíamos hacer nada más que aferrarnos al aquí y al ahora. En un contexto menos hostil y corrompido eso hasta hubiera sonado positivo. Pero no acá. Aquel día que el Imperio sentó las Nuevas Bases (New Bases of Sacred Destiny) todo era mas leve. Cada niño nacía con una tarea impuesta, así en nuestro país (ya no nos dejan decir la palabra país desde la gran disolución o el oficial Reagrupamiento Geográfico) como en cualquier lugar de la esfera. (todavía se le puede decir Mundo o Planeta) En la pensión éramos los sobrevivientes de la vieja era. Los que nacimos con familia, los que vivimos una infancia, los que pertenecimos a una Nación o nos identificábamos con una ideología. La ideología de esos tiempos era una sola y se tenía que respetar, o fingir respetarla, como hacíamos nosotros (y desde aquí hablo de nosotros desde el lado de los Resistentes, ya no de la pensión). Los de la punta del triángulo de la pensión eran llamados Nobles o Principales. Yo los apodé como los Fósiles. En su mayoría letrados, católicos, militares y políticos con cierta tendencia pro Imperio del viejo mundo y ligados a la religión. Por pertenecer a ‘’los de esa Era’’ todavía podíamos tener pertenencias o cierta intimidad. Mi Diario lo llevaba siempre encima, aunque siempre tenía miedo de que cuando dormía esas horas que nos inculcaban con las pastillas de sueño (hypnox), alguien husmeara en sus hojas y me delatara por detractor del régimen. Pero era imposible. Algunas veces me preguntaba si habría un día en que en vez de una pastilla de sueño nos den una de muerte (tanathoix), ya que todo pasaba por ellos, todo acto humano, si es que algo quedaba de humano. Los cubículos eran bastante reconfortantes teniendo en cuenta lo que nos contaban del afuera. Las lluvias ácidas y todo el deterioro climático del que nos protegían, del que nada sabíamos más de lo que nos decían. Siempre ansiábamos con el Venezolano en escaparnos y ver con nuestros propios ojos si había tal desorden afuera. Fantaseaba con un mundo perfecto donde sólo nosotros vivíamos esta penumbra y que todo lo que nos contaban era mentira. Los cubículos no eran más que viejas aulas donde teníamos lo necesario para vivir. Sobrevivir. Una lástima que el Venezolano haya tenido familia con Marta. Una lástima porque los hijos de los sobrevivientes no tenían la inmunidad que nosotros teníamos, sino que nacían bajo las reglas de la vida de esta Era, si es que se le podía llamar vida. Por eso me negaba a enamorarme, y más a tener a familia. Tampoco había mucha elección en el universo tan acotado que tocaba en la pensión. Eran 216 mujeres y 441 hombres, y no teníamos contacto con nadie más que con esas personas. Quizás existían cientos de pensiones paralelas. Con el Venezolano y con Duré (experto en sistemas antiguos) proponíamos casi con miedo que se hagan intercambios con las demás pensiones si es que las había. Pero los Fósiles descartaban todo tipo de acercamiento. Es más, con sus negativas hasta hacían esfumarse las ideas de otras pensiones. Teníamos ratos de sosiego en determinados momentos. Diría en que días, pero no existía el reloj, ya no. Ni los días, ni los cumpleaños, ni ningún rasgo de la vieja medición del tiempo. Ya el tiempo significaba otra cosa y calculábamos los años con la muerte de alguno. Eran tristes las muertes, pero esta vida también. Duré había hecho una especie de calendario que emulaba la vieja métrica, pero eso implicaba tener contando a alguno de los Excluídos segundo a segundo, y eso no nos gustó nada al Venezolano y a mí que nos jactábamos de defensores de los derechos humanos (nos decían los Humanistas, con desdén).Además cuando Juárez Echáustegui (Fósil) se enteró de nuestra movida, nos sancionó severamente quitándonos puntos comida (especie de dinero virtual con el que nos ganábamos el alimento). Los gremios de los primeros tiempos se fueron debilitando hasta el punto de desaparecer, y la gestación de algún tipo de organización paralela a la pensión y más aún, al Imperio, estaba penado con la muerte. Las reuniones entre los Resistentes (a las que llamábamos Cronopios, un poco en burla a la rima con los Seulapios de los Fósiles, y otro tanto más por el fanatismo con Cortázar que compartíamos) trataban de temas variados como la melancolía de los viejos tiempos (especie de contención psicológica) o las formas de evasivas al Imperio. Pero lo que más disfrutábamos era la música y el alcohol. Si bien ya es sabido que los libros se habían extinto, los instrumentos eran ligeramente legales así como los cigarrillos, ya que los Fósiles los denominaban Estimulantes Intelectuales. Ellos nos llamaban los intelectualoides o los mulos, a nuestras espaldas. Si bien los Seulapios eran casi exclusivamente de carácter Fósil, algunos de los Resistentes habíamos podido participar, una especie de veedores para mantenernos contentos con un mínimo aire democrático. Hasta una vez se atrevieron a proponer que uno de los Excluídos sea parte, pero el pobre (Pablo Giménez) terminó siendo bastardeado y el Venezolano terminó echándolo por piedad antes de que colapse en un estúpido acto de rebeldía. Ah, rebeldía! Recuerdo cuando era posible. La vieja Schordeaux era una de las principales Fósiles con la que teníamos que lidiar. Su problema, sin contar que era una Fósil, eran las formas. Y poco se podía hacer frente a una pared rústica con base de leyes y familia militar. Ah, los militares! El Imperio básicamente era una fuerza militar, pero siempre amparada por Dios, que aunque suene extraño, todavía conservaba su fortaleza en la Santísima Salvación y Amparo, edificio central donde antes funcionaba el Vaticano Papal. Claro, que ahora el puesto de Papa y de Manager Global del Imperio (algo así como presidente del Mundo) recaía en una sola persona. La tecnología era de uso militar exclusivamente, es decir, toda innovación. Las empresas habían sido absorbidas por el Imperio, lo que jerarquizaban en su discurso como la derrota del Capitalismo y el triunfo de la Unión Global. Aunque pensábamos entre los Resistentes que esto no era más que una herencia, un pequeño germen del antiguo ente Capitalista. La economía no existía, claro, menos entre nosotros. ''No era lo que tanto queríamos una iguadad total? Un socialismo controlado? jaja'', decía Franco León Marcolini imitando erróneamente un acento cubano y fumando un habano, con poco conocimiento de causa y echando palabras de oído al viento. No era lo que tanto queríamos. Pero ya ni sabíamos lo que queríamos. Los Cronopios se volvían cada vez más etéreos y caían siempre en la pesadez de viejas canciones de la era pasada y borracheras festivas que ni las Falgualex (pastillas de la resaca) podían aplacar. Cada vez hacíamos más populosos los Cronopios e intentábamos instruir como podíamos a los Excluídos, aunque un ascenso escalafonario era imposible en la pensión. Más imposible que encontrar un chino vivo decía el dicho. China Resurgiente fue la mayor fuerza de choque ante el Imperio que pudo evitar que se active la Fuerza Nuclear. La gran masacre y el Holocausto Chino ocurrieron dos días después de mi cumpleaños 29, y después de eso fuimos perdiendo la noción calendaria, como ya había dicho. Hace un tiempo el océano inundó lo que era Chile según nos dijo un soplón de los Fósiles, información que había llegado por otro soplón del GPS. Los argentinos Fósiles festejaron la noticia y el Venezolano, Romero, Duré, Sarriaga y yo entre otros repudiamos el acto y consolamos a Chandía, el único chileno de la pensión. Había trozos de nacionalismo en cada rincón de la pensión, y si bien era un mal que querían abolirnos, era difícil desapegarse. El afuera según nos instruyen, está plagado de pozos vivienda de forma rectangular, y eso lo cuenta orgulloso León Marcolini porque fue partícipe clave en el trazado arquitectónico del Terreno Negro, como se le llama al afuera. Nosotros le decimos cariñosamente Celdas Tumba, y hay días en que me voy a dormir tranquilo sabiendo que a algunos de mis amigos de la vieja vida los alojaron juntos en una Celda Tumba del sector Square Four, cerca de lo que era antes Villa Lugano. Al menos pasarían sus últimos días juntos. La pensión si mal no estoy informado se encuentra entre Tucumán y Córdoba, antiguas provincias de Argentina, que luego formó parte del South Aliance A.B.C (Argentum/Bolivariano/Cordillerano). Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú formaban el Argentum junto a la parte central de Argentina a lo largo, y el Noreste. Parte de la Patagonia tomada por Chile y el Noroeste pertenecían a las denominadas Colonias Positivas (Positives Còlògnès) del Imperio que formaban el Cordillerano. El Bolivariano era el sector que incluía a Venezuela, Colombia, Ecuador. Y a las Antillas y Suriname por decantación geográfica.Perdón por tanta información, la historia tira. Cuando el Venezolano me mostró su plan de Revolución fui bastante escéptico. Hice una copia manuscrita de la cual llevaba una parte dentro de mis calzoncillos (las hojas pares) y otra en mi diario (las hojas impares). Estaban escritas en un idioma que el Venezolano y yo sólo sabíamos entender y que tanto nos servía. Le decíamos Humsequiano, y quizás otro día explique el significado. El plan era una odisea, una epopeya, un suicidio en masa, y en vano. Todo estaba cerrado, cercado, vigilado, controlado, digitado. ''Pero no podemos ir por derecha, amigo, hay que hacer algo como esto'', me dijo el Venezolano, y se tapó la boca como si estuviera por vomitar, porque justo pasaba un Patón (así le decíamos a los guardias de la pensión, robustos, sin cráneo. Hace una semana uno de ellos había matado a un Excluído pensando que estaba endemoniado, cuando en realidad estaba cantando una copla en su lengua materna, el guaraní. Aunque nos quedan dudas de que quizás lo haya asesinado por mera diversión) Cuando nos fuimos convenciendo más y más de que el plan podía llegar a ser un hilo conductor a una pequeña brisa de relativa esperanza ya habrían pasado unos tres años del antiguo calendario. Ortigoza se encargó de enseñarle el Humsequiano a los suyos (los Excluídos) y el Venezolano y yo echamos manos a la obra. Cuando Mamaní rompió la segunda pared de concreto de la pensión ante la mirada absorta de los Fósiles y los disparos de los Patones que hicieron caer a tres de los nuestros, era demasiado tarde. Ya vimos entrar ese haz de luz, esa iluminación furtiva, brillante, soñada. Ese elixir visual y simbólico que nos envalentonó a seguir la marcha hacia quién sabe qué locura. Esa esperanza se llamaba Luz y esa Luz se llamaba vida. Ansiábamos el cambio y en el mas recóndito rincón de nuestro ser teníamos la mínima ilusión, la más mínima certeza de que era posible llevar a cabo el plan del Venezolano. Corrimos hacia la claridad gritando como nunca en esta era. Como en un juego de infancia, como en el más animal instinto posible. El reflejo iluminaba nuestros cuerpos y quemaba con una fragancia a libertad, era un dolor hermoso. Ya estábamos ahí, en la luz del afuera, en la falacia de los Fósiles, en el corazón del Imperio. Traducido al español por el autor, originalmente escrito en humsequiano.

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