domingo, 3 de marzo de 2013

Segundo día

Si hubiera sido por el Dr.Lazarte habríamos ido a la playa apenas comenzado el día. Me hubiera gustado decir ''apenas salido el sol, pero no''. Desde el último viaje el doctor había quedado encantado con la pesca, y si hubiera sido por él, no hubieramos vuelto hasta entrada la noche. Con una caña roja y llamativa que delataba lo principiante del flamante pescador, la línea iba y venía con una necia tenacidad chocando con la escollera, tal como las olas que empapaban al plomo del anzuelo y al doctor. Roro y Astor miraban de reojo mientras pasaban el balón de pie a pie, el uno al otro, reamigándose con el deporte, como una especie de rehabilitación. El viento llevaba el sabor del mar,y más amargón que salado recordaba a la Pilsen Checa de la noche anterior. Lazarte insistía. Asentaba campamento en distintas rocas y recorría el perímetro del balneario como si supiera lo que hacía. Astor y Roro se regocijaban mirando entre mates y risas. DIbujaban en la arena y se ponían al tanto de sus sueños y proyectos, de sus idas y venidas, y canonizaban a una bella morocha que pasaba cada vez mas cerca de su morada persiguiendo a un pequeño pitbull color otoño que que terminó comiendo la carnada de Lazarte. Cuando la tarde llegaba a su fin y Lazarte por fin cedía con su afán de tener éxito en una zona sin pique y con clima adverso, se sentaron los tres por unos minutos. Como en ese hermosa que compartieron, Roro y Lazarte se enlazaron en una pelea en la orilla del mar. Astor contemplaba con mate en mano y espuma fría en pies. Disfrutaba siendo el espectador del catch de sus grandes amigos y recordaba sus propias revolcadas en la arena, en especial una. Todas las mujeres habían dejado algo en su vida, esas marcas. Y sonrió rompiendo esas comisuras ficticias, sonrió por sentirse a solas con el mar, por esa mateada con su infinito compañero de charlas.

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