sábado, 1 de diciembre de 2012

bollitos

Bollitos, no menos de 6, nunca. Romper el papel y hacerlos de a uno, no mas grandes que un grano de pimienta, y si es con papel metálico o el envoltorio del chicle, mejor! Luego alinearlos de forma azarosa en la mesa, si la hay, o en la palma de la mano. No es necesario contarlos. Vaivenes y sacudidas pequeñas evitando el derrame y luego cilindro con una mano, tirar con la otra por el orificio creado y batir dentro como en el bolillero del bingo de los domingos, pero sin porotos. Ya es un gag mío, casi un tic, costumbre, tradición, anti stress, es mucho. El tiempo y dedicación que empleo en ese acto es superior al que le tendría que haber dado a otros aspectos de la vida; el estudio, el amor de veintitanto, el aprender un oficio. Hoy desde la mesa de la infancia con la abuela Rosa en la cabecera mirando con sus ojitos esmerilados casi grises y sus noventa encima, feliz por la visita. Y el menor de mis hermanos ahí en el lugar que ocupaba papá. Es su vivo retrato. Bollitos, no eran menos de 6. Así empecé el ritual en mi antigua casa mientras la ancianita me contaba sobre el día de su boda con el abuelo Raúl.

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