miércoles, 5 de diciembre de 2012

insituoso

Esa noche la lluvia había aguardado por segunda vez a que llegue a casa, aunque esto era accesorio, relativo, como casi todo. Cuadras atrás por la vertiginosa calle de siempre, habitual, como casi todo últimamente, el tiempo se detuvo en sintonía con mi corazón. Las primeras de las cinco cuadras fueron aburridas, monótonas, como casi todo en estos días. Pibe que pide pitada pensando que fumo un cigarro de marihuana, señoras asustadas creyéndome un ratero, familias judías con sus ortodoxos trajes y maneras, perros paseando a sus dueños y algún que otro asiático. Al momento de la cuarta de las cuadras los músculos de las piernas se empezaron a entumecer como capullos de baobab, con fuerza. Y así, desde los pies hacia arriba, todo pesaba cada vez mas hasta el momento de realentizar todo al cero, a la casi inmovilidad. Los exaltados oídos sintieron esas voces de antaño, alemanas, provenientes de un televisor marca Siam, que no se habrá hecho en Turquía como los actuales. El ventanal de la casa antigua absorbía mi cuerpo y pedía que mirara hacia adentro pero la respetuosa moral y educación me exigían ni siquiera intentarlo con el rabillo del ojo. Cuando las sombras empezaron a bajar sobre mis hombros ya tiesos hace segundos, si es que el tiempo existía, trataba de atribuirlo al sudor frío de la nuca que bajaba como catarata mezclado con una chorreante imaginación Hitchcockiana. Ya flotando entre las baldosas (de esas que por cada una tienen unos 8 rectangulitos) y el narciso de la vereda, empezó a hacerse poderoso el aroma a pólvora. Como el de las muestras de perfume que salían de las bermudas de los pantalones de Javier, en la adolescencia. Totalmente inmóvil y extasiado por el vórtice temporoespacial, planee sobre unas hojas y sin quererlo y tampoco sin el deseo seguí caminando tan normalmente como de la primera a la tercera de las cuadras, como casi siempre. Giré la cabeza con desconfianza y recordé que también habia sentido un soplido y un gemido difuso ahí en el ventanal. Pero todo quieto, las sombras, el narciso, no así mi rimbombante corazón. La tele callada y seguí hacia la quinta y última de las cuadras del tramo. Me crucé con una vecina que deduje que lo era por tener las tan particulares llaves de la puerta del edificio, como las mías. La esquina era una catástrofe. Hace segundos había terminado una riña entre policias y ladrones que habían asaltado la perfumería sin nombre, y el tiroteo había saldado varios heridos. Agradecí ese momento de quietud en esos segundos de mi vida y entre gente llorando y policías tomando declaraciones me metí al edificio como casi siempre, pero como nunca. Y empecé a mirar riéndome entre nervioso y fatigado la lluvia que caía sobre los autos, al lado de la vereda.

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