Quiero insistir. Casi una necesidad.
Sos ese vergel de notas armoniosas que endulzan cada gota
del tintero de mi vida.
No me gusta culparte, por eso dicto que son tus actos, tus
pasos, tu andar, los que producen mis lágrimas, ya sean de pena o de alegría, siempre
fue así.
Sos una especie de hada o de minúsculo ser que envuelve en
un aura casi mágica todos mis pensamientos, y que en su aleteo resplandeciente
destella un néctar que rocía cada palabra que escribo, cada verdad que te digo.
Me reducís, aunque sea por instantes, a un mundo pequeñito
donde sos todo vos. Vos y la almohada, vos y este cigarrillo, vos y el arbolito
de romero, vos y casi ni yo quepo ahí. Mas bien me agrada ser el espectador de
lo que acontece en tu existir, en tu domo de cristal.
Decime de nuevo cuánto me querés, así como recién lo dijiste
con esa naturalidad y espontaneidad que caracterizan tus palabras. Actuame esa frasecita,
ese mimo encriptado. Cacheteame si no te respondo, si la mirada se nubla
absorta o si no doy señales de vida.
Pero qué digo? Si vos me hacés sentir vivo, más que nunca!
Vení, juguemos. Es simple aunque difícil; tirás la piedrita
al centro, das unos pasitos casi saltados y esperas mi movimiento.
Lo más posible es que el impulso me gane y ya va a ser
tarde.
Otra vez nos vamos a ver envueltos en besos, en polvo de
hadas, en arena de reloj rosácea y todas las cursilerías que te digo cuando me
enamorás siendo vos.
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