jueves, 30 de mayo de 2013

Eclipse 686



‘’Yo sé que esa jugada no es para nada egoísta y que lo hacés para tratar de no lastimar a ninguno. Que no te sale la maldad, y que seguramente hay una vocecita idiota que te sopla que pieza mover, y que dibuja los ‘por qué’ con vacíos planteos racionales y académicos. Lo sé y por eso puedo decir tranquilo que soy más que esa vocecita. ’’

Hemos llegado a nuestro eclipse. ¿A nuestro temido o anhelado eclipse?
De la luz de nuestro sol de esperanza, de sonrisas, a la fría luna que se agolpa con las inseguridades de cada uno y las negaciones del castrado, del que calla lo que siente, del que esconde lo deseado, del que traga su vómito y vuelve a vomitarlo y así hasta el infinito, con una hiel cada vez más ácida y negra.
Como la casi absurda metafísica oscurantista que practicábamos profetizando verdades tan obvias como que la vida es una muerte liviana, y nos atábamos a esa levedad, a ese flotar bien cercano al piso, baja, rasante, apenas elevada de lo más hondo.
El eclipse lo tapa todo. Cubre nuestra coraza, la anula, la defenestra. Todo en vano quisiera que no haya sido, quisiera que no.
Venís como un secretito infame a tirarme una consigna impiadosa, casi tramposa. Me encontrás estático, sin defensa, paralizado y sin posibilidad de réplica. ¡Eso si que enerva! Me sentí una bola de cristal y vos la mano que la manejaba... porque sin mano no hay magia en la bola, por si sola es un inerte pedazo de algo transparente que sólo juega con las luces pero nada hace al respecto, porque le es imposible. ¡Si con las manos jugaba toda la fantasía! Bola medusa, bola viscosa, bola globo y al final bola nada.
Nada sería en vano si sigo los consejos y los autoconvencimientos que maquina una razón que no escapa, que se trilla en frases hechas y en respuestas conformistas. ¿Era un conformismo al fin? ¿Tenía razón? El endulzarme con tus bocanadas, con las migajas, con el resto. Era un acto carroñero, un hachazo en el medio del orgullo, quizás del medio para arriba.
Si las mariposas esas entraban en pleito, mariposas grises, peludas, angurrientas, que querían chuparle el néctar vital a la otra. Nada de mutualismo esas mariposas, parecían enemigas.
Sabés que no lográs fastidiarme más que unas letras, que no me generás odio lamentablemente para los dos. Que no me canso, pero que no te espero. Si aprendí de esos loquitos de naranja, los del templo de Ciudad de la Paz y Mendoza. Aprehendí. Adquirí el don de la paciencia pero no el de la espera, por suerte buena. ¿Qué hay que esperar sino? ¿Hay que esperar que des por sentado que sin mí sos menos vos? Porque lo sé, sin mi no lográs ser ese vos que deseas, ese vos que amás. Peco de no modesto, ¿y qué? No digo que sin mi no seas nada. Peco de crearte, de formarte, de enseñarte a descubrir, a descubrirte, a sacarte la careta de una estructura terrosa, añeja, hedienta a piedritas de limpieza de gato y callejones del Once maltrechos, y prostitutas de salón, y perfumes baratos de viejos que te quieren chupar el pescuezo.
A veces pienso que no teníamos fechas de nada. Ni de aniversario, ni de nada. Rubí me decía que los sin fecha no duran, que no es amor verdadero. A mí eso me daba libertad, y eso es nuestro amor. Pero este eclipse me la saca. Corroe píxel por píxel la luz de esa estrella de libertad, la bocanada exhausta de oasis, de paz. Repito encarecidamente que me das paz. No se por cuanto. ¿Aprenderé de los monjes que antes decía a encontrar la paz en otro lado? Romperé las agendas o tacharé los números de la lista para no volver a caer en los mismos casilleros, a repetir esos espectritos del pasado, esas ‘’prueba-error’’, esos ''a ver que pasa''.
Me siento en el balcón a mirar el cielo y ver como pasa el eclipse eterno de esa mal llamada soledad, y siento que quisiera disfrutarlo, minuto a minuto, pedacito a pedacito.
Sigo abollando pedacitos de papel metálico que juegan en mi mano como una ruletita amorfa que gira y se entorpece a cada paso. Sigo creyendo en lo que siento y sin esperar que todo cambie, pero nunca rindiéndome, porque aprendí, y eso aprendí de la vida, que siempre me jugué por lo que deseo, que siempre hay otra jugada, otro movimiento.

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