miércoles, 27 de febrero de 2013

elefantes

Quisiera algún día saber por qué tenía esa insoportable manía de dibujar siempre elefantes, siendo animales tan aburridos, viejos y lentos, tan gigantemente grises y tristes. Si ya le había traído problemas cuando le dibujó uno rechoncho y con colmillos violetas en la partitura de Abril, la del coro. Pero no! Seguía, decía que era lo primero que le venía a la mente. Por qué se le vendría a la mente un animal y no una flor, su nombre o una cara sonriente. O mi nombre. Ella insistía, papel que dibujaba, elefante que dibujaba. Las paredes del barrio desde que tomó el hábito de graffittear con el chileno, si, ya sabe lo que graffitteaba. Si algunos le decían Villa Elefante al barrio, imagínese la horrible idea de que al barrio de uno lo llamen con el nombre de un animal tan arrogante y ordinario. Qué bajeza de animal! Cuando fue mamá de Princesa coincidió en la época que estampaba remeras y quiero suponer que sabe de que era toda la ropita de la pobre beba. Una amarillita con manguitas cortas y puntillas estaba torpemente invadida con un nefasto niordo de piel áspera y marfil. Qué deformidad de animal, esa trompa amorfa y esa mirada pequeñísima a la nada, o a otro de su especie, que sería la nada también. Si, entienda, su amor hacia esos cuadrúpedos apestosos era tan innecesario e incomprensible, como también innegable. Qué les veía? Por qué tanta adoración, tanto fanatismo bobo hacia un ser inferior? Por qué tanto amor desperdiciado en esos tontos de circo?

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