viernes, 15 de febrero de 2013

Rutina amada

Era otra noche de sosiego en el living comedor del ingeniero Palazzo, uno de los mejores amigos de Astor, oriundo de Apulia y con gran influencia catalana por parte de madre. Astor disfrutaba visitarlo de vez en mes y contemplar relajado en los confortables sillones de cuerina blanca las paredes celestes plagadas de banderines y adornos con los colores patrios italianos, y otros con un fondo blanco y una letra ve corta en azul que atravesaba el centro plano como una cuchilla longitudinal. -Los habanos que me convidas, amigo! Siempre los mejores! Un ritual, una osadía gustativa. -Mis hermanos viven viajando a Cuba y me proveen constantemente, mi amigo. Sin embargo, verás, estos son de una pequeña isla al sur de donde vos trabajabas, Los Pozos se llama. Mientras, La Griega pasaba por la cabeza de Astor, incitado por el Ouzo que Palazzo le servía en una copa tan bien trabajada como la piel de ella, y dos enormes hielos dentro y no haré comparaciones de eso. La perfección en cada sorbo. La Griega se había tatuado en un ilusorio muro transparente frente a los ojos de Astor, que no lo dejaban mirar, ni paredes celestes, ni banderines, ni el televisor que proyectaba una película de Kusturica que hartas veces había visto, ni nada. Eran los ojos del Egeo esa Griega, rimbobante y cauteloso con la brisa controlada de sus labios suaves y el pelo de la aren, medida, una caricia. Cuando la botella se vaciaba unos dos cuartos, llegaron los demás. Enojados por la falta de actitud del equipo y pensando que Astor y Palazzo tendrían que haber ido a jugar: la defensa un flan, nos pasaban por arriba, realmente aplastantes, tocaban como querían, ni una idea se nos cae, no corremos, yo a vos no te entiendo, son amargos, andá a jugar a las muñecas, cuándo vuelven a las canchas, no tiene idea de futbol, Lazarte jugó desgarrado y mil conjeturas que fueron aplacándose y muriendo en anécdotas de infancia y adolescencia entre vaso y vaso de cerveza. Minutos despues, como advirtiendo que estaban todos, llegó, presentada por un timbrazo prepotente y durarero, la Gringa, híbrido de bomba sexual de antaño y mejor amigo varón. Sonrisa adelante y por atrás tambien simpática, retorciéndose de risa por los chistes de Palazzo y siempre con su vaso en la mano, larga extensión de un delgado brazo de piel blanca y lunares estratégicamente ubicados. El clima se volvía subersivo y todos los nodos apuntabana al eje central de La Gringa. Como una canalización de tanta testosterona y ella; un embudo de vestido negro que recíprocamente aullaba en su defensa los ataques inmaduros que le hacíamos. Todo jolgorio, todo risas, Palazzo borracho, Lazarte dormido en posición de crusifixión en el sofá, Rojo invitando a ir a tomar unas copas al bar del Gallito, e insiste, él invita y que nadie diga lo contrario. El Flaco con el mazo de cartas en la mano, incentivando a un truco grupal del que por supuesto Astor iba a ser espectador. Y Roro poniéndolos en la Tierra con sus consejos y ese encuentro que tenían con Astor, el uno en el otro, esa proyección en cada charla. Esa rutina que cada vez extrañaba mas. Esos encuentros que tiempo y obligación limitaban. Las carcajadas del Sanjua y los chistes entre líneas del Abogado. Brindaron por ellos, Astor y Palazzo con Ouzo, el Dr. Lazarte con whisky, nuevamente, y una vida próspera. Por más noches de amigos! Y no confundir a la Griega con la Gringa, por favor!

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