miércoles, 27 de febrero de 2013

Las Heras

Y Las Heras me recordaba a vos inevitablemente. Tanta blancura matutina, tanta simpleza en el ambiente y ese airecito artístico alrededor. Mañanas de candados forzados, tus candados, y las tranqueras abiertas de par en par. Esas maripositas lilas que vos tanto reprendías, fiel a tu manía de reprochar las bellezas típicas. Era todo un sueño, salvo por la resolana que me obligaba a tener una jaqueca leve que se pasaba con el café doble del bar del Mono, el único del pueblo. Parecía un loco preguntándole a los ajedrecistas del café por vos. Nadie te conocía por el seudónimo con el que te identificaba; nadie te conocía como yo, querida. Seguramente estés lejos, un poco más que siempre. Yo seguía escribiendo canciones intentando no robarle a nadie, es dificil, sabés, todo es difícil. Cómo no extrañar que esta silla vacía sea calentada por tu cuerpecito y tu atención casi psicótica en los grumos de tu juguito de fruta. Siempre fue esa mirada lo que me cautivó, esa mirada colorida y tus silencios incontrolables. Sos poesía, creo habértelo dicho de vez en vez. El pueblo sigue igual casi. Sólo faltas vos.

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