martes, 11 de septiembre de 2012

Grulla

Milan Kundera la hubiera llamado la jirafona... yo la Grulla. En momentos me ahogaba en su baba pegajosa de vulgar mediocridad, de chica normal. Ninguna de sus partes me pertenecían. Nada me causaba intriga de sus protuberantes centímetros de piel. Ni siquiera el hombro, que sabe Dios, que es mi debilidad en las mujeres. Me extrañaba a mi mismo en esos días, libidinoso, enérgico, impulsado de ganas. Mis ganas eran necias. Quería un masaje en el cuello, un cafecito con masas, una plaza con nenes vestidos de colores y un mar para contemplar. Tembloroso me levanté de la cama mirando de reojo a la Grulla gozosa como niña desvirgada por un experto, grotesca. Me miré los dedos empapados y caminé hacia la mesa del living a armarme un azul que me salve de la realidad. No tenía ni mar ni plaza. Ni cafecito con masas. Ni plaza con mar, ni niños con masas, ni café con masajes. Tenía una impetuosa mujer queriendo mas de lo que deseaba... Tenía el hígado desgarrado. Necesitaba esa receta de la vieja pitonisa para limpiarme las tripas con aceite extra virgen y jugo de naranjas alguna noche de rara luna.

4 comentarios:

  1. ni tan vieja... ni tan pitonisa..!!! jajaja...

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  2. jajjaja recien lo leo, yo tambien te quiero mucho vic... ahhh, mira que te la tenes guardada, cuantas veces te pedi que me hablaras como yo te hablo.... fea la actitud! quiero ecucharme =)

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