miércoles, 12 de septiembre de 2012

PERSONAL AUTORIZADO (el vendedor paciente, el cieguito de la calesita y la salud de mamá)

Cuando tenía 22 años Astor dejó el cigarrillo casi sentenciado por la muerte de su mamá a causa del tabaquismo y una caprichosa arteria que dejó de querer que el torrente sanguíneo pase por ella.// Klaus se había separado de su madre una tarde (naranja y rosa)de Julio en el Barrio de La Paternal, cuando ésta se apresuró a tomar el Ferrocarril San Martín a Retiro para combinar con otro tren que la llevara a Cármen de Patagones. En ese momento, el pequeño Klaus no entendió bien lo que pasaba. Desde ese momento nunca más dijo la palabra 'mamá'.// Hoy después de varios días de ausencia recibí el llamado. Su voz fuerte de esencia pero leve en caudal, aireada, disfónica y suave como un violín afinado, enternecía todo el momento padre/hijo. Mi padre me contaba serenamente que Anita estaba siendo llevada a un Sanatorio de San Miguel para una angioplastia (nunca había escrito tantas veces esa palabra como en la última semana). 'Viste que le da al pucho', 'pero no aprende mas', 'y dice que no fuma tanto', 'y no se cuida Anita', ' y los nervios', 'puf'. Cuando el tren llegó a la estación San Miguel empujado por una lluvia oscura y marginal gritándole improperios a todo rastro femenino y silbando potente para anunciar su paso, supe que cada vez estaba mas cerca de verla, y plaf!, agua en la zapatilla. Una señora avanzaba lento, casi sin quererlo, bajo la copiosa garúa, y me remontó 'recordatoriamente' (asterisqueó sería un verbo delicioso de usar) al viejo vendedor paciente de la línea D del subterráneo de la Ciudad. Era el vendedor menos vendedor del mundo. No intentaba vender. Mostraba el producto, no generaba necesidad de comprarlo. No agotaba energías; caminaba lento y sonreía sinceramente. De vez en cuando charlaba con algún pasajero que le devolviera la sonrisa. Sabía que tarde o temprano alguien le iba a comprar y puedo jurar que no era una vieja estrategia marquetinera. Estando fuera de toda globalización y dinámica de redes sociales, y de la era de la inmediatez, el tenía sus propios íconos; un feliz sombrero azul en composé con su bufanda peluda. Tres cuadras de ida y tres cuadras de vuelta caminé en el lluvioso y turístico (preguntar por qué turístico) San Miguel, y la misma bufanda la tenía una persona que a su manera miraba la calesita. Hace cuanto que yo no veía una calesita (Castelar con papá). El hombre reía con su bastón blanco; gemía de alegría con el chirrido de los arcaicos mecanismos y extasiaba con la música balbuceando brujerías propias. La veía a su manera el cieguito de la calesita. Y la salud de mamá ahí. Esperando o mejor dicho extrañando a una cuadra y media en el Sanatorio que en letras verdes luminosas decía imponente ''SA ATORIO SAN MIGUEL''. A mi lado mi gran amigo, mi hermano del alma, mi hermano de sangre diferente. Mientras cruzábamos mal la calle por el medio de la cuadra y empapándonos entre bocinazos y garúa, el bolsillo me vibraba en sinfonía, y eran mensajes de toda la gente amada, que amo y que me aman a mi y a Anita. Todo energía era, todo amor. Para cortar con tanto cariño el Jefe de Unidad Coronaria decidió cerrarme el paso; SÓLO PERSONAL AUTORIZADO! La frase del día decíamos con mi amigo. Y como quien no quiere la cosa, desentendiéndome de todo me transformé en rata. Escurridizo, oscuro, traicionero, y llegué a mi meta. La puerta de terapia intensiva brillaba de blanco como la chaqueta de la enfermera de tono aparaguayado que me atendió cuando golpeé la puerta clandestinamente. Le expliqué la situación, que sabía que no era horario de visitas, y casi en tono llorozo (clases de teatro al pelo) me hice escuchar. Y Anita reconoció mi voz. Y yo la suya, a un 42%. Le pedí diagnóstico a la enfermera y me dijo con un guiño, invitándome a pasar: ''que se lo diga ella''. Pura sonrisa, furtivos pasos y el salón oscuro. Me pesaban los pies y lo único que me incitaba a caminar era esa luz que irradiaba su cuerpo desde el catre frío. Ella ahí con su camisoncito, tan frágil. Yo adentrado como en ese instinto a seguirla, como de bebé. Llegué, nos miramos y ya le corría una lágrima por la mejilla. Puedo asegurar que esa lágrima se gestó en el momento en que escuchó mi voz por vez primera en la sala. Nos abrazamos como pudimos en medio de tanto cablerío y sueraje. Ojeras profundas y mirada tristona. Es tan chiquita, mi vida! Tremendo buraco ensangrentado en el cuello. Esa piel suavecita y cálida. Pielcita de diabética, como le decía yo de chico sin saber lo que significa diabetes. Es mas, en esa época Anita todavía no era diebética. Hablamos, nos amamos tanto, minutitos pero la vi, y mas que nada me vió. Sentí sus labios en los míos y juro que esa imprenta borró todos los insultos en las peleas que tuvimos. Le besé la mano para despedirme por ese día y le dije lo que sentía. Me desinfiltré de terapia agradecido. Salude al Jefe de Unidad Coronaria, Doctor Menguán y la puta que lo parió, y me sentí Personal Autorizado. La sonrisa de mamá y su corazoncito late. 06/09/2012, Castelar.

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