miércoles, 12 de septiembre de 2012

Timbaland

Timbaland era un pequeño pueblo que tenía las cualidades de cualquier otro pequeño pueblo. No se llamaba Timbaland en realidad, ni tampoco Timberland, ciudad con que la gente solía confundirlo. Se llamaba distinto pero le decían Timbaland. Y claro que tenía todo lo que cualquier pequeño pueblo puede llegar a tener; un casino, una iglesia, una agencia de lotería y creo que también había una escuela. El gran premio de potrancas del pueblo reunía gran cantidad de espectadores de muchas partes del estado, en el gran hipódromo del pueblo. En Timbaland abundaban los políticos; casi todos los habitantes de mayoría de edad cumplida eran políticos, y su estructura política estaba armada de manera diferente a la de los demas pueblos, ciudades y otras yerbas del estado. La cantidad de senadores y diputados era sorprendente. Las sesiones de las cámaras del Senado eran populosas y duraban meses. El edificio donde se llevaban a cabo eran grandes shoppings y las habitaciones eran comodísimas. Una extraña ley que sucumbió en todo el estado fue la de matar a todos los gatos negros del pueblo. Parecía ser que los felinos de este color agredían la fortuna de la pobre gente del lugar. Fue así como desde Julio se estableció al pueblo como libre de gatos negros. Los habitantes se sentían seguros y reprochaban a los anteriores mandatos por no haber implementado esta obvia medida en la antigüedad. Se respiraba paz. Los loquitos de las ONG en lucha por los derechos de los animales refunfuñaban iracundos. Como bien dijo el dueño del casino: "parece preocuparle más el derecho de una bestia al de los propios humanos". Y era verdad. Un niño merecía crecer en las calles de su pueblo sin esa cuota de mala suerte que aportaban estos animalitos del demonio. Además otra ley impulsada por el Diputado Ravens había hecho crecer la población de perros callejeros. La mierda estaba por toda la ciudad. Incluso se obligó en el dictamen 67, un decreto extraordinario, que los habitantes que saquen a su mascota no deberían juntar la mierda cuando los animalitos defecaban. Así se mantenía el orden azaroso de pisar un buen sorete e ir uno contento con esa cuotita de buen augurio que conllevaba esto. Algunos nenes eran incitados a cagar en la calle por sus padres, y otros adultos menos pudorosos que los mas conservadores, desparramaban sus heces por todo el pueblo. Timbaland era con honores el pueblo con mas suerte de todo el estado. Y capaz el mas hediento.

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