lunes, 2 de julio de 2012

bola de cristal

Klaus era un fanático de Atlanta, y de vez en cuando frecuentaba el bar San Bernardo en busca de partidas de pool. La cerveza la pedía con palitos y sin maníes, y todas las mañanas de domingo daba 2 o 3 vueltas alrededor de Parque Centenario. Cuando no estaba en su taller de tapizados se encargaba del tátele Franz. Trataba de no ser tan severo con él, al contrario de como Franz se había comportado en la niñez de Klaus. Viajaba mucho en subte, Klaus, y ahí conoció a su ídolo musical. Un día, en la línea D, despues de sentarse, unos muchachos de mediana estatura (le parecieron super duchos y simpáticos) hacían un espectáculo de música y acrobacias con una bola de cristal. Klaus quedó embelezado con los movimientos de la frágil y pesada bola sobre el cuerpo esbelto del muchacho mas simpático de los dos. El otro raspaba las cuerdas con rudeza y el olor a metal llegaba revoloteando a los orificios nasales de Klaus. Aplausos y sonrisas, unas monedas al sombrero y a seguir el repetitivo acto de vagón en vagón hasta llegar al último. Todos los asientos ocupados menos el de al lado de Klaus. Ya se empezaba a enfadar. Se miraba reflejado en la ventana para percatarse de no tener nada raro que ahuyente a la gente. Sobre el tapiz bordeaux del asiento había un desafiante confite naranja, tieso, pensativo. Relleno de chocolate bañado por una fina capa de caramelo fantasía. (Rocklets! Para los marqueros lectores de siempre) El tipo se hacía respetar ahí, sentadito como si... Y de repente plaf! Un culo voluminoso de una piba que venía en su mundo acabó con la paz del confite. Klaus casi reacciona mal. No dejaba de mirar con odio a la muchacha. La muchacha cerró los ojos y empezó a tocar a Klaus. Pensó que era adrede, pero estaba extasiada por la música de su mp3 y las tocadas en el hombro eran parte de una danza que parecía no tener fin. Volaba. El único parate que se permitía la danzarina manual, era para enrularse mucho mas los rulos negros de su mata. Eran el contraste perfecto para una piel casi lavandinosa. Klaus la observaba. La consideraba más fea que mil diablos feos. (A Astor le hubiera gustado, quizás) La creía drogada! O más aún, loca! Lo peor. Casi llegando a destino, cuando faltaba una estación para bajar, Klaus se para sin dejar de observar a la desequilibrada mental. Antes de que el tren llegue a destino la chica tambien se para, lo que no paraba era su danza exótica... Y desde la puerta por abrirse y aferrado al caño, Klaus observaba el tapizado para buscar a su compañero naranja relleno de chocolate. Cuando ejerce contacto visual con el redondo y anaranjado ente, Klaus pega un grito: lo lograste amigo! Resististe!!! Todas las miradas en Klaus y en especial los ojos turquesas de la danzarina que se saca los auriculares y le dice al coloradisimo rostro de Klaus: que te pasa flaquito? Te volviste loco?

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