Desde chico era un adorador de las guerras,
pero de las que se ganan usando la inteligencia, no la violencia. Donde la
habilidad se estima, y no donde manda el arreglo o la superioridad política.
Donde no hay lugar para el chupamedismo, sin pelear por un tutor, alguien que
te haya puesto en tu lugar. Se lucha por una ideología, por un ideal. Adoraba
la guerra sin sangre. A lo sumo usar violencia verbal, pero sería rebajarse. La
apelación a la mentira o al exabrupto sería rebajarse a ellos; los oscuros, los
menos. Sería rebajarse a lo que aborrece.
Estaba convencido de que esta guerra la iban a
ganar, el y los suyos, de a poco, siendo cautos, pensantes y estando mas unidos
que nunca. Si es necesario esconderse en la pasividad, lo harían. La estrategia
era destruir lo negativo, la resaca de los oscuros, la podredumbre humana que
crecía en el lugar. Lo oscuro, lo antiguo, lo espolvoreado por el cruel y añejo
látigo de la envidia. Lo empapado de ese mar gris de aquellos años que a ellos,
sus enemigos, no les volverán. Ellos tenían juventud, luz propia, luz conjunta
y por sobre todas las cosas FUERZA. Y la sabían usar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario