martes, 17 de julio de 2012

Desprolijo escrito sobre extrañar. Y las otras vidas.

En el año 22, cuando tuve el agrado de tomarme un café con Freud en un bar de Dortmund, me explicó variadas e interesantes teorías sobre el fenómeno de la proyección que maneja nuestra mente en determinadas ocasiones. Como siempre he sido afortunado, he tenido el honor de reencarnar bastante rápido (suele llevar miles de años) y de poder usar esas sabias palabras del viejo Sigmund. Claro, también tengo la fortuna de imprimir en cada reencarnación ciertos estímulos y recuerdos de vidas anteriores. Por eso de vez en vez se me hace posible contar peripecias que viví en la antigua Creta, y hasta alguna que otra historia de piratas por aguas africanas, y anécdotas de bochornosos banquetes medievales. Hoy en el siglo XXI, regreso a la charla de ese café colombiano en Alemania y puedo entender lo de la proyección. Estaba muy bien con la vida de soltero solitario y como amo de casa improvisado. Una suerte de Rocker durmiéndose entre cigarrillos en un colchón mugriento, mezclado con un ser intolerante al desorden y obsesivo mucamo. La elección de la casa nueva no fue cosa de una noche, pero creo que tuvo mucho que ver el motivo de los azulejos del baño; el mismo de los que hay en mi casa natal. Lo demás era lo de menos. Normal, piso de madera, paredes limpias, cocina y mucho espacio por llenar. De extrañar, saben los que me conocen, que ni hablo ni lo vivencio. Siempre me tildé de tipo independiente, y es aquí donde entra el dilema de la bendita proyección de la que me hablaba este hombre con su cigarro marrón. Cómo de a poco empecé a retomar viejos vicios, a ver gente del pasado (pero de esta vida, eh?), a regresiones… claro, de regresiones también hablamos. Y es que cada uno de los que venían a conocer la casa eran tiroteados por mis fotos y recuerdos hasta el punto de pedir la cena como para cortar con el meloso ‘melancolismo’ de mi persona. Y fue así (no se como pero fue) que viajaba en el subte D y se sienta al frente mío una señora de esas que se notan que no son de Capital, que iba con una chica de unos 18 años, una nena de 8 a 11, y un tipo de piel curtida y manos varoniles y trabajadoras. De repente, con esa timidez que lo envuelve a uno al hacer algo propio, pero de visitante, saca una bolsa de supermercado con unos ‘sanguches’ de milanesa y los ofrece a sus acompañantes, que entre enrojecimientos de mejillas y negaciones, terminan por aceptar los bocadillos y a deglutirlos con gusto. El gusto de lo propio en lugar ajeno. Los saboreé. Era mi madre llevándome al jardín Zoológico, con las mismas bolsas y los mismos ´sanguches´. Era yo avergonzando de no se qué, a mis pocos años de vida, pero con todos los prejuicios que uno gana a temprana edad. La lágrima saladísima, y la sonrisa que les tiré al bajar en Palermo fue inquisidora por momentos y noble. Sentía que extrañaba, pero después todo vuelve a la normalidad. Y así me contaba este psicoanalista. En su tiempo fue muy criticado, cuestionado. No creo que tenga la suerte de reencarnar tan rápido como yo, pero estaría orgulloso de saber cómo se lo considera hoy en día. Lo festejaríamos con la mejor cerveza de Bavaria! Y es que ya andaba ansioso por encontrar en el mismo subte línea D algo que me haga recordar. Lo único que encontré ese domingo fue indignación. Y juro que le hubiera dicho al patán este, si lo hubiera tenido en frente, juro que le hubiera dicho: ‘’el artista que hace una selección tan desagradable como la suya es un mero comerciante.’’ Pero el cobarde huyó al vagón contiguo en busca de su moneda! No de su aplauso! Lo detesté… No éramos tantos en mi vagón, es verdad, pero no puede endulzarnos así el oído, con dos acordes deliciosos, y marcharse por una unidad del tren mas populosa (=más dinero). Por fin llegué a destino, Callao. El aire ya empezaba a faltar en ese inframundo artificial, pero con un servicio tan eficaz, hasta hace unas horas. La estampida vehicular tomó la posta imprudentemente por la avenida Córdoba al flash de la luz verde. Qué bárbaro! Lo que es la naturaleza. Del hombre, claro está! La señora con el bebé en su carrito cruzando en medio de semejante aluvión de coches y bocinazos que gritaban ‘’imprudente!’’. Hasta se oyó un ‘’posible asesina!’’ que provenía de un culto Mercedes Benz blanco. Me tomé el café que me merecía con la compañía que nos merecíamos. Quizás mas adelante detalle las delicias de la estadía en ese café. (No estuve con Freud ni con su reencarnación, claro está) Y fue así (no se bien como, pero fue) que volviendo a casa, recordé comprar los dichosos rollos de cocina que venía olvidando hace semanas. Todo cerraba… la proyección, la regresión. Si mi tío Rolo estuviera contento de que me haya independizado, seguro que habría rollos en casa. Otra de las teorías de Freud, del olvido por la represión inconciente ayudada en juegos de palabras y letras. Pero esta vez no me contó Freud esta teoría, sino mi gran confidente.

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