miércoles, 29 de agosto de 2012

exilio corporal

La noche le caía mas gris que nunca en los zapatos esos días lejos de su ciudad. El triste Astor con sus mas de 364 meses encima y un rumbo errante polvoriento, arenoso por el ventarron de la islita caribeña a la que había ido a parar. Cada noticia lo abombaba un poco mas y lo hundía quizás merecidamente... Ni su rinconcito Kitsch lo consolaba. Si, el se armó uno siguiendo mi consejo, y se lo llevó consigo siempre. Lo único que le faltaba le sucedió cuando su esteril caminata finalizaba en destino. Su cigarrillo le quemo el dedo mayor indicándole su mala racha. Agobiado por el leve tintineo de su ser y por el soluble carácter que demostraba, pasó sin saludar a la gorda nativa de la puerta del edificio donde se alojaba en un piso digno de un ejecutivo porteño, de esos que ostentan mas de lo que tienen y son. El era un muchacho que quería inspiración. Le gustaba aumentar su depresión porque sentía que esa era la mejor forma de crear grandes obras.observó el lobby con desprecio, en especial con un odio infinito a ese tipo que caminaba imitando cada movimiento del otro lado del largo espejo. Subió las escaleras hasta el 11vo piso. Se negó al ascensor. Erró en la elección de la llave y pegó un portazo certero para indicarle al vacío apartamento de que el había llegado. Le sonrió a la heladera llena de comida y se consumió con su cigarrillo llorando lágrimas secas e invisbles. Añoró un par de princesas y la soledad se burlaba de su corte de pelo. El respondió cortez a ese maltrato y se puso a cocinar sin hambre para alimentar a ese cuerpo inherte e inhabitado. Le ofreció un gran banquete que por razones obvias no disfrutó. Su alma seguía bailando un tango percudido en las veredas de Villa Crespo con un Pugliese burlón en sus notas, confunfiendolo hasta el harto acto de pisar a la dama. El postre no fue mucho mas acogedor y vomitaba minutos despues un sinfín de coloquios irreproducibles por el mero hecho de su sinsentido. Miró por su balcón abismal y el cuerpo frío de Astor dejaba caer su alma hasta la vereda violeta de ese barrio sucio de esa isla hermosa. Extendió su mano en un saludo largo y feliz. El alma se alejaba a paso lento y torpe. El cuerpo sonreía en tono agudo. Por fin había podido separar las cosas. Los cócteles no son siempre lo mejor. El cuerpo se tiró al futón a ver el sorteo de la lotería en su plasma gigante mientras se hidrataba con un ron barato, regional que le había regalado la gorda. Estiró los pies. El alma le mandaba mensajitos mentales. Fue una hermosa noche y se durmió entre unas remeras viejas y una foto de ella.

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