jueves, 30 de agosto de 2012

unísono

Astor andaba galopando a paso lento y feliz con ese pelo rubio y largo que le sobresalía de la ceja derecha como un Yang entre el oscuro cabello, satisfechísimo de ese encuentro paradójico con la secretaria que había viajado (tambien paradójicamente) a la Islita donde él trabajaba ahora. Ella acusaba razones de 'necesitaba un descanso' y de 'un lugar así es el que necesitaba' y de mas cosas que no recuerda pero que los hizo encontrarse voluntariamente al otro lado de América, en un bar bien yanquee pero que recordaba a Buenos Aires. Lo lindo era el color del cielo, cuando bajó del trolebús apretujado con unos músicos nativos simpaticones que le reboleaban las maracas por delante de los ojos grises tornasolados de un Astor todavía joven, todavía vivo. Las 6 cuadritas trazadas a mano por algún borracho de oficio se le hicieron ese día erguidas y orgullosas. Cruzaba sonrisas melosas con la gente del ´´barrio`` y hasta tuvo un orgasmo peculiar y cero libidinoso en el momento en que cruzaba St James por la esquina de Lovdanha, cuando venía silbando ``Uno`` como para sentirse mas aún en Argentina. Cuando llegaba a la parte del estribillo y a la esquina de las calles antes citadas, un hombre cano y petisón con un perrito de mierda, de esos de bolsillo, lo miró fijamente continuando el silbido en composé... Silbó el estribillo del tango que el silbaba!!! No lo podía creer en esa sonrisa guasonezca que se le despertaba muy de vez en cuando, cuando el goce lo empapaba o cuando decía alguna mentira chistosa. En ese microsegundo pensó en frenar al tipo y cuestionarle el por qué de silbar un tango en ese país! Y justo ese tango! Y mas justo, que silbe la parte que continuaba de su silbido! Esa casualidad lo hizo sonrojarse y estremecerse azulmente! Ya venía entonado del capítulo 4 de un libro de Cortázar, imagínese toparse con semejante suceso! Así suspensivo y exclamativo prosiguió el camino a su apartamento enorme. Saludó a la gorda nativa del edificio, sonrió al tipo que lo miraba detrás del espejo y el ascensor frenéticamente se expulsó hacia el once con un tono amable y juraría que le dijo `bienvenido`. Saludó al vacío departamento, esta vez sin errar de llave, y se puso a escuchar una música hermosa. La misma que la de ayer, pero la hacía hermosa toda la noche violácea que le había regalado un sinfín de caricias.

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