Mi mirada y mi sonrisa clavadas en una cromática pelirroja que
descombinaba alegremente sus colores y los de su ropa desprolija y sus
ojos turquesa. Mientras yo, sentado con cablecitos de música en los
oídos y charlando en silencio con Julio, en un doble asiento del 166. El
colectivo se mantuvo a tres cuartos de su capacidad de pasajeros
sentados, si es que calculé bien. Lo analizable eran las migraciones. Es
un fenómeno que se da cuando la persona sube al colectivo y sólo quedan
asientos compartidos. En principio con caracúlica expresión acepta el
martirio de compartir su viaje con un perfecto desconocido, que bien
podría ser un hermano perdido, o un gran amor por encontrar, o una linda
charla, pero no. El momento en el que uno de los afortunadísimos
pasajeros de la izquierda, los VIP, los que viajan con su soledad, se
levantan de su trono, AHI! Ahí se da el fenómeno migratorio! Los de la
izquierda de la derecha, es decir, los que dan al pasillo de los
asientos dobles, ya están con los motores rugiendo, amagan el paso en
falso y...zas! Sólo sobrevive el más apto! El que logra liberarse de ese
sometimiento de compartir un asiento con un X, luego de pique corto y
contundente, llega al ya desocupado y solitario asiento como el que
llega a fin de año sin ninguna materia que rendir. Esa liberación de
estar solo... Y con caracúlica expresión se pone a mirar la ventana,
dormir, o capaz anhelar estar charlando con alguien.
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