jueves, 26 de abril de 2012

los naipes de los abuelos, o de las mujeres de Astor

Astor ya había cometido errores suficientes como para pensar demasiado en el movimiento próximo de su alfil. HabÍa cometido el error de las de cara larga, de las quijadonas, de las culonas, las flaquitas, las testarudas, las frías, las lejanas, las tetonas, las perfectas, las humanas, las rubias, las amigas, las que no tendrían que haber sido, de las que le enseñaron, de las que conoció en un boliche, de las que no conoció, de las que le gustaba bailar demasiado, de las que no les gustaba nada, de las compradoras compulsivas, de las que no se ponían en su lugar, de las que esperaban, de las que no conocían nada de el, de las absorbentes, de las que dejaban que se equivoque, de las que perdonaban demasiado, de las que le recordaban en ciertos aspectos a la madre, de las imposibles de caricaturizar, de las que no tuvo por frenarse, de las que no atienden el telefono, de las que daban los besos mas hermosos, de las que tenían un pelito cerca del pezón, de las que no se higienizaban bien, de las obsesivas, de las ordenadas, de las que miraban y despues arrugaban, de las que no sabían cocinar, de las que tenían padres demasiado queribles, de las esotéricas y pueriles, de las que amaban los gatos, de las que faltarán nombrar. Astor tiró el tablero y puso sobre la mesa (limpia, como se sentía el) una cajita marrón de tapa transparente ceñida por esas gomitas que sirven mas que nada para tirarle a otro con los dedos usándolas como proyectiles. Sacó uno de los dos mazos de naipes franceses, con el reverso de dos lobos marinos, algunos en azul y otros en rojo. Recordó la vieja enseñanza del abuelo, y empezó a jugar al solitario.

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