El
estratega piensa cada movimiento, una y otra vez. Como el ajedrecista, como el
comandante, como el atleta. No se deja llevar ni por la intuición ni por los
estúpidos sentimientos. La cabeza juega su propio juego y con eso alcanza. El
hombre es sabio hasta que no piensa. El hombre es hombre hasta que no piensa.
Animal no quiere ser el estratega. Se siente superior; ama lo racional de su
ser. Se ama en el más profundo pensamiento (no sentimiento). Acúsenlo de frío,
de insensible. Juro que se sentirá orgulloso. No es egoísmo, porque es su
esencia. Sabe que el pensar en su beneficio es el fin absoluto y por eso no se
siente egoísta, porque serlo es lo único viable en la vida; no debería haber más
opciones. Lengua al costado, mirada fija en el objetivo, pero en el imaginario
toda la jugada resuelta. Los mil y un caminos de llegar al fin. Los objetivos
resueltos, listos para poder ser llevados a cabo. Y el estratega no se enamora
ni muchísimo menos de la secretaria bajo perfil. Ella lo limita a ser
estratega. Ella lo hace estratega.
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