La música se aceleraba cada vez más junto a mis
involuntarios pasos. El mundo estaba dividido en dos partes, bien definidas; el
todo y Yo. La gente pasaba como bólidos (fiiiiuuun, fiiun!) y yo con la vista
nublada, no sé si por la espesa niebla londinense de Palermo o por efectos de alguna
sustancia (café y/o agua). La gente era un fondo intangible e imperceptible. Parecían
relleno, estaban borrosos. Lo único en lo que pude detener mi vista por casi un
segundo fue en una mirada. La mujer más hermosa que había visto en el último
segundo. Los ojos de la chica empezaron por dejarse seducir, pero al pasar del
eterno segundo fueron marchitándose en el espanto. Mi cara era de horror. La
amé en un infinito segundo pero odiaba la escena de fondo. El fondo era más que
el todo. Me acordé de la Gestalt y las clases de filosofía y mi cara de espanto
bajó junto a mi cuerpo. Me desencapuché antes de entrar; quería probar si la
tenue llovizna me despabilaba del gris miedo en el que estaba enredado. La sección motriz de mi cuerpo estaba en
piloto automático y me dirigí flotando hacia abajo por las escaleras, al túnel del
Subte. Los pasos eran agiles y livianos, y los bólidos eran estruendosos;
risas, gritos, mochilazos. El vapor empezó a invadir el ambiente. La bruma de
la superficie se multiplicaba en un calor hediento y vomitivo. Las luces eran
encandilantes y posiblemente ese era su propósito; encandilar, confundir,
engañar.
La gente empezaba a tomar forma, muy de a poco. El mareo disminuía. Mi mano sacó del bolsillo la tarjeta para entrar al andén y la pasó por el lector magnético. Choqué con una sombra y seguí mi camino. La escalera mecánica fue fugaz pero insoportable. El vértigo me revolvió el estómago y no vomité por respeto al pobre hombre de la limpieza del cual no pude divisar el rostro ni el gesto.
Suplicaba dos cosas; que la sensación cesara, y saber qué me pasaba. Cuando el subte llegó mis piernas me empujaron al vagón en un impulso frenético y violento. Ahí adentro dos payasos en pleno acting. Todo empezó a volver a la normalidad empezando con la recuperación de la nitidez visual y el control de las articulaciones. Sonreí en el sudor fresco del alivio de que volvía todo a la normalidad. En un momento pensé que la normalidad apesta. Uno de los objetivos había sido dilucidado; la sensación horrenda había parado. ¿Pero qué era? Decidí llamarlo pánico escénico; en el momento que decidí que el ojo central salía de mí, es decir, el momento en que los payasos tomaron las riendas de la película, ahí fue que me pude aliviar. Estudiaba para actor, pero el pánico escénico me invadía.
La gente empezaba a tomar forma, muy de a poco. El mareo disminuía. Mi mano sacó del bolsillo la tarjeta para entrar al andén y la pasó por el lector magnético. Choqué con una sombra y seguí mi camino. La escalera mecánica fue fugaz pero insoportable. El vértigo me revolvió el estómago y no vomité por respeto al pobre hombre de la limpieza del cual no pude divisar el rostro ni el gesto.
Suplicaba dos cosas; que la sensación cesara, y saber qué me pasaba. Cuando el subte llegó mis piernas me empujaron al vagón en un impulso frenético y violento. Ahí adentro dos payasos en pleno acting. Todo empezó a volver a la normalidad empezando con la recuperación de la nitidez visual y el control de las articulaciones. Sonreí en el sudor fresco del alivio de que volvía todo a la normalidad. En un momento pensé que la normalidad apesta. Uno de los objetivos había sido dilucidado; la sensación horrenda había parado. ¿Pero qué era? Decidí llamarlo pánico escénico; en el momento que decidí que el ojo central salía de mí, es decir, el momento en que los payasos tomaron las riendas de la película, ahí fue que me pude aliviar. Estudiaba para actor, pero el pánico escénico me invadía.
Muy buenas frases, muy bueno!!! solo era fijar la imagen para que se despertara lo reprimido, los nervios de valla a saber que....
ResponderEliminarMe provocaste náuseas.
ResponderEliminarpor los puntos suspensivos? (re que no hay)
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