miércoles, 9 de mayo de 2012

el accionar de un melanólico, eterna parte.


Si empiezo con la frase ‘’hoy en la oficina lloré por unos caramelos’’ podría sonar absurdo. Si lo analizamos en lenguaje lógico no es más que una proposición y una premisa. En el lenguaje natural es analizable como un mariconeo mío. O un capricho como ‘’lloré porque quería caramelos y no me los dieron’’. Si analizamos el ambiente o el espacio podría decirse que lloré porque algo no me gustaba. Pero con la información de que ‘’lloré en buena forma o de alegría, digamos’’, las conjeturas cambian. Analicemos el llorar y nos damos con que es que ‘’del ojo salga una lagrima por lo menos’’. Y fueron dos… fue emoción.
Podría decirse que me emocionó la bondadosa acción de Martín de ofrecerme y darme un caramelo, pero no. Capaz la sonrisa que me ofreció Maca al verme pensativo, o el abrazo de Dai a la mañana que me llenó de alegría. Pero nada tenía que ver en este caso la oficina.
Los caramelos de miel y menta (Stani para ser marqueros y precisos) me transportaron (cuando no viajando) a tiempos de jugar con autitos sobre los cuerpos de madre y padre tirados en la cama grande en la pieza de la casa de la abuela. Tiempos de colchas naranjas y frazadas azules y rojas. Sábanas de puntitos y a veces de pajaritos. De revistas de papá en el piso, de libros de mamá y el esquinero con la Virgencita del Valle. De cosquillas y ‘pups’ y palabras propias y nuestras... de aprender silbidos que nos identifiquen a cada uno por la reducida (en ese entonces) voz de papá, y mamá y su bendita y eterna paciencia. Los amo! De grabaciones para los abuelos de Catamarca y de cantar canciones del jardín. Y papá con su voz, repito, escribiendo para hacerse entender. Y de su voz viene la lágrima. Esos caramelos por los que lloré en la oficina, eran los que comía papá y el dulce aroma que emanaban sus besos tiernos. (Entre nosotros…siempre me convidaba algún que otro caramelo a espaldas de mamá)

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