Si empiezo con la frase ‘’hoy en la oficina lloré
por unos caramelos’’ podría sonar absurdo. Si lo analizamos en lenguaje lógico
no es más que una proposición y una premisa. En el lenguaje natural es analizable como un
mariconeo mío. O un capricho como ‘’lloré porque quería caramelos y no me los
dieron’’. Si analizamos el ambiente o el espacio podría decirse que lloré porque algo no me gustaba. Pero con
la información de que ‘’lloré en buena forma o de alegría, digamos’’, las
conjeturas cambian. Analicemos el llorar y nos damos con que es que ‘’del ojo
salga una lagrima por lo menos’’. Y fueron dos… fue emoción.
Podría decirse que me emocionó la bondadosa acción de Martín de ofrecerme y darme un caramelo, pero no. Capaz la sonrisa que me ofreció Maca al verme pensativo, o el abrazo de Dai a la mañana que me llenó de alegría. Pero nada tenía que ver en este caso la oficina.
Los caramelos de miel y menta (Stani para ser marqueros y precisos) me transportaron (cuando no viajando) a tiempos de jugar con autitos sobre los cuerpos de madre y padre tirados en la cama grande en la pieza de la casa de la abuela. Tiempos de colchas naranjas y frazadas azules y rojas. Sábanas de puntitos y a veces de pajaritos. De revistas de papá en el piso, de libros de mamá y el esquinero con la Virgencita del Valle. De cosquillas y ‘pups’ y palabras propias y nuestras... de aprender silbidos que nos identifiquen a cada uno por la reducida (en ese entonces) voz de papá, y mamá y su bendita y eterna paciencia. Los amo! De grabaciones para los abuelos de Catamarca y de cantar canciones del jardín. Y papá con su voz, repito, escribiendo para hacerse entender. Y de su voz viene la lágrima. Esos caramelos por los que lloré en la oficina, eran los que comía papá y el dulce aroma que emanaban sus besos tiernos. (Entre nosotros…siempre me convidaba algún que otro caramelo a espaldas de mamá)
Podría decirse que me emocionó la bondadosa acción de Martín de ofrecerme y darme un caramelo, pero no. Capaz la sonrisa que me ofreció Maca al verme pensativo, o el abrazo de Dai a la mañana que me llenó de alegría. Pero nada tenía que ver en este caso la oficina.
Los caramelos de miel y menta (Stani para ser marqueros y precisos) me transportaron (cuando no viajando) a tiempos de jugar con autitos sobre los cuerpos de madre y padre tirados en la cama grande en la pieza de la casa de la abuela. Tiempos de colchas naranjas y frazadas azules y rojas. Sábanas de puntitos y a veces de pajaritos. De revistas de papá en el piso, de libros de mamá y el esquinero con la Virgencita del Valle. De cosquillas y ‘pups’ y palabras propias y nuestras... de aprender silbidos que nos identifiquen a cada uno por la reducida (en ese entonces) voz de papá, y mamá y su bendita y eterna paciencia. Los amo! De grabaciones para los abuelos de Catamarca y de cantar canciones del jardín. Y papá con su voz, repito, escribiendo para hacerse entender. Y de su voz viene la lágrima. Esos caramelos por los que lloré en la oficina, eran los que comía papá y el dulce aroma que emanaban sus besos tiernos. (Entre nosotros…siempre me convidaba algún que otro caramelo a espaldas de mamá)
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